EVANGELIO DEL DÍA

jueves, 16 de septiembre de 2010

«Sus pecados, sus muchos pecados están perdonados»

EVANGELIO DEL DÍA: 16/09/2010
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


Jueves de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario


Carta I de San Pablo a los Corintios 15,1-11.
Hermanos, les recuerdo la Buena Noticia que yo les he predicado, que ustedes han recibido y a la cual permanecen fieles.
Por ella son salvados, si la conservan tal como yo se la anuncié; de lo contrario, habrán creído en vano.
Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura.
Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura.
Se apareció a Pedro y después a los Doce.
Luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto.
Además, se apareció a Santiago y de nuevo a todos los Apóstoles.
Por último, se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto.
Porque yo soy el último de los Apóstoles, y ni siquiera merezco ser llamado Apóstol, ya que he perseguido a la Iglesia de Dios.
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí, sino que yo he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios que está conmigo.
En resumen, tanto ellos como yo, predicamos lo mismo, y esto es lo que ustedes han creído.

Salmo 118(117),1-2.16-17.28.
¡Aleluya! ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!
Que lo diga el pueblo de Israel: ¡es eterno su amor!
la mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas".
No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor.
Tú eres mi Dios, y yo te doy gracias; Dios mío, yo te glorifico.

Evangelio según San Lucas 7,36-50.
Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa.
Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume.
Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: "Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!".
Pero Jesús le dijo: "Simón, tengo algo que decirte". "Di, Maestro!", respondió él.
"Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta.
Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?".
Simón contestó: "Pienso que aquel a quien perdonó más". Jesús le dijo: "Has juzgado bien".
Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos.
Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies.
Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies.
Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor".
Después dijo a la mujer: "Tus pecados te son perdonados".
Los invitados pensaron: "¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?".
Pero Jesús dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado, vete en paz". 
Lc 7,36-50
Leer el comentario del Evangelio por 
Un autor siríaco anónimo del siglo VI
Homilías anónimas sobre la pecadora, 1, 4.5.19.26.28
«Sus pecados, sus muchos pecados están perdonados»
     Una mujer pecadora nos proclama el amor de Dios que sale a buscar a los pecadores. Porque llamándola a ella Cristo invita al amor a toda nuestra raza pecadora; y en su persona es a todos los pecadores a quienes ha atraído al perdón. Él habló a ella sola, pero invitaba a su gracia a la creación entera...

     ¿Quién no se verá afectado por la misericordia de Cristo que para salvar a una pecadora acepta la invitación de un fariseo? Por aquella que está hambrienta de perdón, él mismo quiere tener hambre de la mesa de Simón, el fariseo, ya que, bajo la apariencia de una mesa de pan, tenía preparada una mesa de arrepentimiento...

     Para que te suceda igualmente, toma conciencia de la grandeza de tu pecado, pero desesperar de ser perdonado porque tu pecado te parece demasiado grande, es blasfemar contra Dios y engañarte a ti mismo. Porque si él te ha prometido el perdón de tus pecados, por grande que sea el número de ellos, ¿le dirás tú que no puedes creerlo y añadir: «Mi pecado es demasiado grande para que lo perdones; tú no puedes curar mis enfermedades»? Si estás ahí, párate y grita con el profeta: «He pecado contra ti, Señor» (2S 12,13). Y él te responderá inmediatamente: «Yo he pasado por encima tu falta; no morirás». A él la gloria por todos nosotros por los siglos. Amén.



jueves 16 Septiembre 2010

San Cipriano



San Cripriano 
Obispo de Cartago y mártir. Año 258.  Había nacido en el año 200 en Cartago (norte de Africa) y se dedicó a la labor de educador, conferencista y orador público. Tenía una inteligencia privilegiada, una gran habilidad para hablar en público, y una personalidad brillante y simpática que le conseguía un impresionante ascendiente sobre los demás.   Llegado a la mayoría de edad se convirtió al cristianismo por el ejemplo y las palabras de un santo sacerdote llamado Cecilio.

Se hizo bautizar y una vez bautizado hizo el juramento de permanecer siempre casto, y de no contraer matrimonio (celibato se llama a este modo de vivir). A las gentes les llenó de admiración el tal voto o juramento, porque esto no se acostumbraba en aquellos tiempos.   Desde su conversión, descubrió Cipriano que la S. Biblia contiene tesoros maravillosos de buenas enseñanzas y se dedicó con toda su brillante inteligencia a estudiar este Libro Santo y a leer los comentarios que los antiguos santos habían escrito, respecto de la Sagrada Escritura.

Hizo el sacrificio de renunciar a sus literatos mundanos que tanto le agradaban antes, y en adelante ya nunca citará ni siquiera una frase de un autor que no sea cristiano católico. Escribió un comentario acerca del Padrenuestro, tan bello, que hasta ahora no ha sido superado por otro autor.   Fue ordenado sacerdote, y en el año 248 al morir el obispo de Cartago, el pueblo y los sacerdotes aclamaron a Cipriano como el más digno para ser el nuevo obispo de la ciudad.

El se resistía y quería huir o esconderse, pero al fin se dio cuenta de que era inútil oponerse al querer popular y aceptó tan importante cargo, diciendo: "Me parece que Dios ha expresado su voluntad por medio del clamor del pueblo y de la aclamación de los sacerdotes". Y llegó a ser el más importante de todos los obispos que tuvo Cartago.   Un escritor de ese tiempo dejó este retrato de la bondad y venerabilidad de Cipriano: "Era majestuoso y venerable, inspiraba confianza a primera vista y nadie podía mirarle sin sentir veneración hacia él.

Tenía una agradable mezcla de alegría y venerabilidad, de manera que los que lo trataban no sabían qué hacer más: si quererlo o venerarlo, porque merecía el más grande respeto y el mayor amor".   En el año 251 el emperador Decio decreta una terrible persecución contra los cristianos. Le interesaba sobre todo acabar con los obispos y destruir los libros sagrados. Y para que el mal a la religión sea mayor invita a todos los que quieren renegar de la religión cristiana a que quemen incienso ante los dioses y ya con eso quedan perdonados.

Muchísimos caen en esta trampa, y con tal de no perder sus bienes, su libertad y su vida misma, queman incienso ante las imágenes de los ídolos paganos, y reniegan de la santa religión. El mal es inmenso.   El año 252, llega la peste de tifo negro a Cartago y empiezan a morir cristianos por centanares y quedan miles de huérfanos. El obispo Cipriano se dedica a repartir ayudas a los que han quedado en la miseria. Vende todo lo más valioso que hay en su casa episcopal, y pronuncia unos de los sermones más bellos que se han compuesto en la Iglesia Católica acerca de la limosna.

Todavía hoy al leer tan emocionantes sermones, siente uno un deseo inmenso de dedicarse a ayudar a los necesitados. Sus oyentes se conmovieron al escucharle tan impresionantes enseñanzas y fueron generosísimos en auxiliar a las víctimas de la epidemia.

El año 257 el emperador Valeriano decretó una violentísima persecución contra los cristianos. Pena de destierro para todo creyente que asistiera a un acto de culto cristiano, y pena de muerte para cualquier obispo o sacerdote que se atreviera a celebrar una ceremonia religiosa.

A Cipriano le decretan pena de destierro, pero como donde quiera que vaya sigue celebrando ceremonias religiosas, en el año 258 le decretan pena de muerte. Se conservan las actas de la última audiencia que los jueces le hicieron para condenarlo al martirio.




Oremos  

Señor, tú que en los Santos Cornelio y Cipriano diste a tu pueblo pastores llenos de celo y mártires victoriosos, concédenos, por su valiosa intercesión, ser firmes e invencibles en la fe y trabajar con verdadero empeño por lograr la unidad de tu Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

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