EVANGELIO DEL DÍA

jueves, 16 de septiembre de 2010

«Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres»

EVANGELIO DEL DÍA: 17/09/2010
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


Viernes de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario


Carta I de San Pablo a los Corintios 15,12-20.
Si se anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan?
¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó!
Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes.
Incluso, seríamos falsos testigos de Dios, porque atestiguamos que él resucitó a Jesucristo, lo que es imposible, si los muertos no resucitan.
Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó.
Y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido perdonados.
en consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido para siempre.
Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima.
Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos.

Salmo 17,1.6-7.8.15.
Oración de David. Escucha, Señor, mi justa demanda, atiende a mi clamor; presta oído a mi plegaria, porque en mis labios no hay falsedad.
Yo te invoco, Dios mío, porque tú me respondes: inclina tu oído hacia mí y escucha mis palabras.
Muestra las maravillas de tu gracia, tú que salvas de los agresores a los que buscan refugio a tu derecha.
Protégeme como a la pupila de tus ojos; escóndeme a la sombra de tus alas
Pero yo, por tu justicia, contemplaré tu rostro, y al despertar, me saciaré de tu presencia.

Evangelio según San Lucas 8,1-3.
Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce
y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios;
Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes. 
 Lc 8,1-3
Leer el comentario del Evangelio por 
Juan Pablo II
Mulieris dignitatem, § 27
«Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres»
     En la historia de la Iglesia, desde los primeros tiempos, al lado de los hombres había muchas mujeres para que la respuesta de la Iglesia-Esposa al amor redentor de Cristo-Esposo, tuviera toda su fuerza expresiva. Encontramos, primeramente, las que personalmente habían encontrado a Cristo, le habían seguido, y después de su partida «asistían asiduamente a la oración» (Hch 1,14) con los apóstoles en el Cenáculo de Jerusalén hasta el día de Pentecostés. Aquel día, el Espíritu Santo «habló a través de los hijos y las hijas» del Pueblo de Dios... (Hch 2,17;Jl 3,1). Estas mujeres, y las otras después, jugaron un papel activo e importante en la vida de la Iglesia primitiva, en su construcción, desde su fundación, de la primera comunidad cristina y de las que comunidades posteriores, gracias a sus carismas y a  sus múltiples maneras de servir... El apóstol Pablo habla de su «fatigas» por Cristo; esas mujeres demuestran los diversos ámbitos del servicio apostólico en la Iglesia, comenzando por «la Iglesia doméstica». En efecto, allí la fe pasa directamente a los hijos y a los nietos tal como tuvo lugar en casa de Timoteo (2Tm 1,5).

     A lo largo de los siglos sigue sucediendo lo mismo de generación en generación, como lo muestra la historia de la Iglesia. En efecto, la Iglesia al defender la dignidad de la mujer y su vocación, ha manifestado la gratitud hacia aquellas que, fieles al Evangelio, en todo tiempo han participado en la misión apostólica de todo el Pueblo de Dios, y las ha honrado. Santas mártires, vírgenes, madres de familia han dado testimonio de su fe con valentía y también, a través de la educación de sus hijos en el espíritu del Evangelio, han transmitido la fe y la tradición de la Iglesia... Incluso frente a graves discriminaciones sociales, las mujeres santas han actuado libremente y se han hecho fuertes por su unión con Cristo...

     En nuestros días, la Iglesia no deja de seguir enriqueciéndose gracias al testimonio de numerosas mujeres que alcanzan el pleno desarrollo de su vocación a la santidad. Las mujeres santas son una encarnación del ideal femenino; pero son también un modelo para todos los cristianos, un modelo de «sequela Christi», de la vida en seguimiento de Cristo, un ejemplo de la manera cómo la Iglesia-Esposa debe responder con amor al amor de Cristo-Esposo.



viernes 17 Septiembre 2010

San Roberto Belarmino S.J.




San Roberto Belarmino


1542-1621

"En la Iglesia de Dios no hay quien le iguale en saber", dijo de él el Papa al hacerle cardenal. Y en efecto, fue una las lumbreras de su tiempo, sabio, predicador, teólogo, polemista, autor devoto, metido en los asuntos más difíciles e intrincados de la época, y siempre con una independencia de criterio admirable.


Roberto Belarmino, que había nacido en Montepulciano de Toscana, ingresó en la Compañía a los dieciocho años (1560), pasando a ser profesor a Lovaina (1569-1576) y más tarde al Colegio Romano - predecesor de la actual Universidad Gregoriana -, donde sobresalió en la refutación de los errores de su tiempo (1576-1592).


Su curso, recogido bajo el título de «Controversias», ha formado a generaciones enteras de apologistas y teólogos. Se ha querido incluso ver en este escrito una «Summa» de la Reforma católica.


Promovido al cardenalato en 1599, Belarmino se mostró en desacuerdo con Clemente VIII en una controversia teológico que el papa hubiera querido resolver por autoridad. Con objeto de apartar de Roma a un consejero al que no juzgaba suficientemente flexible, le nombró cardenal arzobispo de Capua (1602). Belarmino, pastor improvisado, se mostró desde el principio como un obispo modelo.


Se dedicó a visitar las parroquias, predicando y dando catecismo hasta la extenuación de sus fuerzas, con una caridad sin límites para con los necesitados. A la muerte de Clemente VIII (1605), Belarmino tuvo que regresar a Roma, donde volvió a ocupar un papel de primer orden dentro de la Curia. Moriría en 1621. Su cuerpo descansa en la iglesia de San Ignacio, no lejos de aquel hijo espiritual suyo de otros tiempos, San Luis Gonzaga.





Oremos


Señor Dios, tú que, para defender la fe de la Iglesia y promover su renovación espiritual, diste a San Roberto Belarmino una ciencia y una fortaleza admirables, concédenos, por la intercesión de este insigne doctor de la Iglesia, conservar y vivir siempre en toda su integridad el mensaje evangélico al que él consagró toda su vida.  Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

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