EVANGELIO DEL DÍA

martes, 20 de mayo de 2014

Ananias y Safira

ANANÍAS Y SAFIRA. Hechos 5, 1-11

5:1 Un hombre llamado Ananías, de acuerdo con su mujer Safira, vendió una propiedad,
5:2 y se quedó con una parte del precio, sabiéndolo también su mujer; la otra parte la trajo y la puso a los pies de los apóstoles.
5:3 Pedro le dijo: «Ananías, ¿cómo es que Satanás se adueñó de tu corazón para mentir al Espíritu Santo y quedarte con parte del precio del campo?
5:4 ¿Es que no era tuyo mientras lo tenías, y, una vez vendido, no podías disponer del precio? ¿Por qué determinaste en tu corazón hacer esto? No has mentido a los hombres, sino a Dios.»
5:5 Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró.Y un gran temor se apoderó de todos cuantos lo oyeron.
5:6 Se levantaron los jóvenes, le amortajaron y le llevaron a enterrar.
5:7 Unas tres horas más tarde entró su mujer que ignoraba lo ocurrido.
5:8 Pedro le preguntó: «Dime, ¿habéis vendido el campo en tanto?» Ella respondió: «Sí, en eso.»
5:9 Y Pedro le replicó: «¿Cómo os habéis puesto de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? Mira, aquí a la puerta están los pies de los que han enterrado a tu marido; ellos te llevarán también a ti.»
5:10 Al instante ella cayó a sus pies y expiró. Cuando entraron los jóvenes, la hallaron muerta, y la llevaron a enterrar junto a su marido.
5:11 Un gran temor se apoderó de toda la Iglesia y de todos cuantos oyeron esto.


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El Evangelio del Día

EVANGELIO DEL DIA

"¿Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna." Jn 6, 68


martes 20 Mayo 2014

Martes de la quinta semana de Pascua


Santo(s) del día : San Arcángel Tadini, Beata María Crescencia Pérez

Ver el comentario abajo, o clic en el título
San Juan XXIII : «La paz os dejo, mi paz os doy»

Evangelio según San Juan 14,27-31a.

Jesús dijo a sus discípulos:
«Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡ No se inquieten ni teman !
Me han oído decir: 'Me voy y volveré a ustedes'. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo.
Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.
Ya no hablaré mucho más con ustedes, porque está por llegar el Príncipe de este mundo: él nada puede hacer contra mí,
pero es necesario que el mundo sepa que yo amo al Padre y obro como él me ha ordenado.»



Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por :

San Juan XXIII (1881-1963), papa
Encíclica «Pacem in Terris»

«La paz os dejo, mi paz os doy»

Pertenece a todo creyente ser, en el mundo de hoy, un destello luminoso, un foco de amor y fermento para toda la masa (Mt 5,14; 13,33). Cada uno lo será según la medida de su unión con Dios. La paz no reinará entre los hombres si no reina primero en cada uno de ellos, si cada uno no guarda en sí mismo el orden querido por Dios... En efecto, se trata de una empresa demasiado sublime y demasiado elevada para que su realización dependa del poder del hombre dejado a sus solas fuerzas, aunque, por otra parte, tenga la más laudable buena voluntad. Para que la sociedad humana pueda llegar a ser la imagen más perfecta del reino de Dios, es absolutamente necesario el auxilio de lo alto...


Cristo, por su Pasión y por su muerte venció el pecado –fuente y principio de todas las divisiones, de todas las miserias y de todos los desequilibrios... «Porque él es nuestra paz... Él, que vino a anunciaros la paz a vosotros que estabais lejos, y la paz a los que estaban cerca» (Ef 2,14s). En la sagrada liturgia de estos días resuena este mismo anuncio: «Cristo resucitado presentándose en medio de sus discípulos, los saludó diciendo: La paz sea con vosotros. Aleluya. Y los discípulos se gozaron al ver al Señor» (cf Jn 20, 19s). Cristo nos ha traído la paz, nos ha dejado la paz: «La paz os dejo, mi paz os doy. No la doy como la da el mundo».


Pidamos, pues, con instantes súplicas al Redentor, esta paz que él mismo nos trajo. Que él borre de los hombres todo lo que pueda poner en peligro esta paz y transforme a todos en testigos de la verdad, de la justicia y del amor fraterno. Que ilumine con su luz la mente de los que gobiernan las naciones... Que Cristo encienda las voluntades de todos para echar por tierra las barreras que dividen a los unos de los otros, para estrechar los vínculos de la mutua caridad, para fomentar la mutua comprensión, en fin para perdonar los agravios. Así, bajo su acción y amparo, todos los pueblos se aúnen como hermanos y florezca entre ellos y reine siempre la anhelada paz.







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