EVANGELIO DEL DÍA

lunes, 1 de noviembre de 2010

«La creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto... también nosotros gemimos en nuestro interior aguardando la redención de nuestro cuerpo»

EVANGELIO DEL DÍA: 02/11/2010
 Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos


Libro de la Sabiduría 3,1-9.
Las almas de los justos están en las manos de Dios, y no los afectará ningún tormento.
A los ojos de los insensatos parecían muertos; su partida de este mundo fue considerada una desgracia
y su alejamiento de nosotros, una completa destrucción; pero ellos están en paz.
A los ojos de los hombres, ellos fueron castigados, pero su esperanza estaba colmada de inmortalidad.
Por una leve corrección, recibirán grandes beneficios, porque Dios los puso a prueba y los encontró dignos de él.
Los probó como oro en el crisol y los aceptó como un holocausto.
Por eso brillarán cuando Dios los visite, y se extenderán como chispas por los rastrojos.
Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos, y el Señor será su rey para siempre.
Los que confían en él comprenderán la verdad y los que le son fieles permanecerán junto a él en el amor. Porque la gracia y la misericordia son para sus elegidos.

Salmo 27,1.4.7.8.9.13-14.
De David. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿ante quién temblaré?
Una sola cosa he pedido al Señor, y esto es lo que quiero: vivir en la Casa del Señor todos los días de mi vida, para gozar de la dulzura del Señor y contemplar su Templo.
¡Escucha, Señor, yo te invoco en alta voz, apiádate de mí y respóndeme!
Mi corazón sabe que dijiste: "Busquen mi rostro". Yo busco tu rostro, Señor,
no lo apartes de mí. No alejes con ira a tu servidor, tú, que eres mi ayuda; no me dejes ni me abandones, mi Dios y mi salvador.
Yo creo que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes.
Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el Señor.

Carta de San Pablo a los Romanos 6,3-9.
¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte?
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva.
Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección.
Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado.
Porque el que está muerto, no debe nada al pecado.
Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él.
Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él.

Evangelio según San Mateo 25,31-46.
Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso.
Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,
y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo,
porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron;
desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'.
Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?
¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos?
¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'.
Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'.
Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles,
porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber;
estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'.
Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'.
Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'.
Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna". 
Mt 25,31-46
Leer el comentario del Evangelio por 
San Efrén (hacia 306-373), diácono en Siria, doctor de la Iglesia
Himno sobre el Paraíso, nº 5
«La creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto... también nosotros gemimos en nuestro interior aguardando la redención de nuestro cuerpo»
     La contemplación del Paraíso me ha encantado por su paz y su belleza. Allí reside la belleza sin mancha, allí reside la paz sin tumulto. Dichoso el que será digno de recibirlo, si no es por la justicia, al menos por la bondad; si no a causa de sus obras, al menos por piedad...

     Cuando mi espíritu regresó a los bordes de la tierra, madre de espinas, vinieron a mí dolores y males de toda clase. Así he aprendido que nuestra región es una cárcel. Y sin embargo, los cautivos que en ella están encerrados, lloran por salir de su seno. Me sorprendí también que los niños  lloran al salir del seno; lloran cuando salen de las tinieblas a la luz, de un espacio estrecho hacia el vasto universo. Así la muerte es para los hombres una especie de nacimiento. Los que nacen lloran al dejar el universo, madre de dolores, para entrar en el Paraíso de delicias.

     ¡Oh tú, Señor del Paraíso, ten piedad de mí! Si no es posible entrar en tu Paraíso, al menos hazme digno de los pastos de su entrada. En el centro del Paraíso está la mesa de los santos, pero en el exterior los frutos de su cercado caen como migajas para los pecadores que, incluso allí, vivirán gracias a tu bondad


martes 02 Noviembre 2010

Conmemoración de los fieles difuntos



BURGOS, sábado, 30 de octubre de 2010 

Nosotros celebramos el  cumpleaños el día de nuestro nacimiento. Y, cuando se pregunta a los  feudos por la fecha de nacimiento del familiar difunto, remiten también a  ese día. La Iglesia, en cambio, procede de otro modo. Para ella, "el  día del nacimiento" de sus hijos -el dies natalis- es el día de la muerte. Eso explica que cuando declara que alguno de ellos es santo, fija su celebración el día de su muerte, no el de su nacimiento.

Este modo de proceder no es una rareza ni un afán de singularizarse,  sino que responde a la idea que ella tiene de la muerte. La Iglesia es  consciente de que el hombre, como todos los seres vivos de la tierra,  cambia con el paso de los años, envejece y, al final, siente en su carne  la muerte corporal. Pero ella, a diferencia de quienes tienen una  concepción materialista del mundo y del hombre, profesa que la muerte no  es el final del hombre sino el final de su etapa terrena y de su  peregrinación por este mundo. Es el final del caminar terreno pero no el  final de nosotros mismos, de nuestro ser: nuestra alma es inmortal y  nuestro cuerpo está llamado a la resurrección al final de los tiempos.

La concepción que la Iglesia tiene de la muerte es, pues, profundamente  esperanzada. Me atrevería a decir que es incluso gozosa. Ella no ve en  la muerte una tragedia que nos destruye y sepulta en el reino de la  nada, sino la puerta que nos abre a una nueva vida; vida que no tendrá  fin. Por eso, el máximo enigma de la vida humana, que es la muerte,  queda iluminado con la certeza de una eternidad con Dios. Apoyada en  esta certeza creó muchos usos y prácticas funerarias. Por ejemplo,  sustituyó el término "necrópolis" -"ciudad de los muertos"- que encontró  en el ámbito del imperio grecorromano, por el de "cementerio" o  "dormitorio". En esa perspectiva llegó a sustituir el mismo término  "muerte" por el de "sueño". Las personas no se morían sino que se  dormían.

Por esa misma razón trató con gran respeto a los  cadáveres. Algunas de esas muestras perduran hasta el día de hoy, como  la de rociarlos con agua bendita y perfumarlos con incienso. La misma  costumbre de inhumar y no quemar los cadáveres arranca de esta misma  concepción antropológica. De hecho, aunque hoy permite la cremación de  los cadáveres, sin embargo exige que esa elección no se haga por razones  contrarias a la fe cristiana, a la cabeza de las cuales se encuentra la  resurrección de los muertos.

Esta idea de la vida y de la  muerte del hombre es una fuente inagotable de consuelo. Una esposa o una  madre, por ejemplo, dicen a su cónyuge o a su hijo mas que "adiós",  "hasta luego" o "hasta pronto", sabedores de que un día volverán a  encontrarse. El ramo de flores que depositamos en la tumba de nuestros  antepasados, expresa nuestro convencimiento de que ellos perviven y de  que nosotros nos sentimos unidos a ellos con vínculos realísimos. Lo  mismo ocurre con el diálogo que tantas veces mantenemos con ellos: no es  un sentimentalismo vano, sino que responde a una realidad muy profunda.

La comunión de vida, afectos y creencias que hemos mantenido en la  vida, no se destruyen sino que se subliman; por eso, rezamos por  nuestros difuntos y por eso rezamos a nuestros difuntos. Esta comunión  es particularmente intensa en la celebración de la Eucaristía, pues en  ella nos unimos con vínculos especiales todos los que somos miembros de  Cristo, con independencia de que peregrinemos todavía en este mundo o  hayan llegado ya al final y se purifiquen o gocen de la visión de Dios.

La muerte no es nunca una comedia. Menos todavía, una tragicomedia.  Para quienes creemos en Jesucristo una puerta de fe y esperanza que nos  introduce en el encuentro definitivo con él y con todos los que hemos  estado unidos aquí abajo. Sólo por esto vale la pena ser cristiano.



Francisco Gil Hellín, arzobispo de Burgos



Conmemoración de todos los fieles difuntos

La solemnidad de Todos los Santos no podía por menos de provocar el recuerdo de los Fieles difuntos, presentes todos los días en la oración de la Iglesia. La fecha del 2 de noviembre se fijó a comienzos del siglo Xl. La súplica por los difuntos pertenece a la más antigua tradición cristiana, lo mismo que la ofrenda del sacrificio eucarístico para que «brille sobre ellos la luz eterna».

En todas las misas, la Iglesia pide, por supuesto, por «cuantos descansan en Cristo», pero también extiende su súplica en favor de «todos los muertos cuya fe sólo el Señor conoce» y por «cuantos murieron en su amistad»   Al orar por todos los que han abandonado este mundo, pedimos también a Dios «que, al confesar la resurrección de Jesucristo, su Hijo, se afiance también nuestra esperanza de que todos sus hijos resucitarán» Si creemos que «todos volverán a la vida es porque Jesús nos dijo: «Yo soy la resurrección y la vida, y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre»   Afirmamos, por fin, en nuestra oración, que Jesús es el lazo de unión con nuestros hermanos difuntos: «a Él nos unimos por la celebración del memorial de su amor» en especial en la celebración del «misterio pascual», con la comunión en su cuerpo y sangre.







Himno ( laudes)

¡Que misterio tan profundo

éste de mi propio ser:

he surgido del no-ser

y me exalto y me confundo,

mientras cantando me hundo

en mi nada, y sombra, y lodo!



Soy cadáver a tu modo,

soy sueño, soy despertar,

soy vida, soy palpitar,

soy luz, soy llama, soy todo.



Muerte, que das a mi vida

trascendencia y plenitud,

muerte que ardes de inquietud

como rosa amanecida,

cuando llegues encendida y

silenciosa a mi puerto,

besaré tu boca yerta  y,

en el umbral  de mi adiós,

al beso inmenso de Dios

me dispondrás, muerte muerta. Amén



Escucha, Señor, nuestras súplicas y haz que, al proclamar nuestra fe en la resurrección de tu Hijo, se avive también nuestra esperanza en la resurrección de nuestros hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.



Himno  (vísperas)

Si morir no es despertar,

si es simplemente morir,

¿para qué, muerte, vivir?

¿para que, muerte, empezar

esta angustia, este llorar?



Mas, si eres umbral y puerta

del misterio, si honda y cierta

aseguras mi esperanza,

¡que cima de luz se alcanza

viviendo una vida muerta!. Amén



Nota:  La Iglesia ofrece el Sacrificio eucarístico y su intercesión por los difuntos, no sólo en sus exequias y en su aniversario, sino también en la Conmemoración que cada año hace de todos sus hijos que duermen en el Señor, y procura con esmero ayudarlos con eficaces sufragios para que puedan llegar a la comunidad de los ciudadanos del cielo. De esta manera, mediante la comunión entre todos los miembros de Cristo, mientras implora para los difuntos el auxilio espiritual, brinda a los vivos el consuelo de la esperanza. Hay que esmerarse en fomentar la esperanza de la vida eterna, de tal manera que no se menosprecie la manera de pensar y obrar propia de las gentes en relación con los difuntos. Acéptese todo lo bueno que se encuentre en las tradiciones familiares, y en las costumbres locales. Pero aquello que parezca contradecir el espíritu cristiano, esfuércese en transformarlo de tal manera que el culto que se da a los difuntos manifieste la fe pascual y haga ver el espíritu evangélico. (Ceremonial de Obispos, núm. 395-396).

"I came down from heaven not to do my own will but the will of the one who sent me"

DAILY GOSPEL: 02/11/2010
«Lord, to whom shall we go? You have the words of eternal life.» John 6,68


The Commemoration of All the Faithful Departed (All Souls)


Book of Wisdom 3:1-9.
But the souls of the just are in the hand of God, and no torment shall touch them.
They seemed, in the view of the foolish, to be dead; and their passing away was thought an affliction
and their going forth from us, utter destruction. But they are in peace.
For if before men, indeed, they be punished, yet is their hope full of immortality;
Chastised a little, they shall be greatly blessed, because God tried them and found them worthy of himself.
As gold in the furnace, he proved them, and as sacrificial offerings he took them to himself.
In the time of their visitation they shall shine, and shall dart about as sparks through stubble;
They shall judge nations and rule over peoples, and the LORD shall be their King forever.
Those who trust in him shall understand truth, and the faithful shall abide with him in love: Because grace and mercy are with his holy ones, and his care is with the elect.

Psalms 27:1.4.7.8.9.13-14.
Of David The LORD is my light and my salvation; whom do I fear? The LORD is my life's refuge; of whom am I afraid?
One thing I ask of the LORD; this I seek: To dwell in the LORD'S house all the days of my life, To gaze on the LORD'S beauty, to visit his temple.
I Hear my voice, LORD, when I call; have mercy on me and answer me.
"Come," says my heart, "seek God's face"; your face, LORD, do I seek!
Do not hide your face from me; do not repel your servant in anger. You are my help; do not cast me off; do not forsake me, God my savior!
But I believe I shall enjoy the LORD'S goodness in the land of the living.
Wait for the LORD, take courage; be stouthearted, wait for the LORD!

Letter to the Romans 6:3-9.
Brothers and sisters: Are you unaware that we who were baptized into Christ Jesus were baptized into his death?
We were indeed buried with him through baptism into death, so that, just as Christ was raised from the dead by the glory of the Father, we too might live in newness of life.
For if we have grown into union with him through a death like his, we shall also be united with him in the resurrection.
We know that our old self was crucified with him, so that our sinful body might be done away with, that we might no longer be in slavery to sin.
For a dead person has been absolved from sin.
If, then, we have died with Christ, we believe that we shall also live with him.
We know that Christ, raised from the dead, dies no more; death no longer has power over him.

Holy Gospel of Jesus Christ according to Saint John 6:37-40.
Everything that the Father gives me will come to me, and I will not reject anyone who comes to me,
because I came down from heaven not to do my own will but the will of the one who sent me.
And this is the will of the one who sent me, that I should not lose anything of what he gave me, but that I should raise it (on) the last day.
For this is the will of my Father, that everyone who sees the Son and believes in him may have eternal life, and I shall raise him (on) the last day." 
Jn 6,37-40
Commentary of the day 
Saint Francis of Assisi (1182-1226), Founder of the Friars Minor
Letter to the whole Order (copyright Classics of Western Spirituality)
"I came down from heaven not to do my own will but the will of the one who sent me"
Almighty, eternal, just and merciful God,
grant us in our misery [the grace]
to do for You alone
what we know You want us to do,
and always
to desire what pleases You.

Thus, inwardly cleansed,
interiorly enlightened,
and inflamed by the fire of the Holy Spirit,
may we be able to follow
in the footprints of Your beloved Son,
our Lord Jesus Christ.

And, by Your grace alone,
may we make our way to You,
Most High,
Who live and rule
in perfect Trinity and simple Unity,
and are glorified
God all-powerful
forever and ever.
Amen.


Tuesday, 02 November 2010

The Commemoration of all of the Faithful Departed



The Commemoration of all of the Faithful Departed
              It is very significant and appropriate that after the Solemnity of All Saints, the Liturgy has us celebrate the Commemoration of all of the Faithful Departed. The "communion of saints", which we profess in the Creed, is a reality that is constructed here below, but is fully made manifest when we will see God "as he is" (I Jn 3: 2).
            It is the reality of a family bound together by deep bonds of spiritual solidarity that unites the faithful departed to those who are pilgrims in the world. It is a mysterious but real bond, nourished by prayer and participation in the Sacrament of the Eucharist.
In the Mystical Body of Christ the souls of the faithful meet, overcoming the obstacle of death; they pray for one another, carrying out in charity an intimate exchange of gifts.

            In this dimension of faith one understands the practice of offering prayers of suffrage for the dead, especially in the Sacrament of the Eucharist, memorial of Christ's Pasch which opened to believers the passage to eternal life.

            Dear friends, may the traditional visit of these days to the tombs of our dear departed be an occasion to fearlessly consider the mystery of death and to cultivate that constant vigilance which prepares us to meet it serenely. The Virgin Mary, Queen of Saints… will help us.

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