EVANGELIO DEL DÍA

sábado, 6 de noviembre de 2010

«Creo en la resurrección de la carne» (Credo)

EVANGELIO DEL DÍA: 07/11/2010
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


XXXII Domingo del Tiempo Ordinario


Segundo Libro de Macabeos 7,1-2.9-14.
También fueron detenidos siete hermanos, junto con su madre. El rey, flagelándolos con azotes y tendones de buey, trató de obligarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley.
Pero uno de ellos, hablando en nombre de todos, le dijo: "¿Qué quieres preguntar y saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir, antes que violar las leyes de nuestros padres".
Y cuando estaba por dar el último suspiro, dijo: "Tú, malvado, nos privas de la vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna, ya que nosotros morimos por sus leyes".
Después de este, fue castigado el tercero. Apenas se lo pidieron, presentó su lengua, extendió decididamente sus manos
y dijo con valentía: "Yo he recibido estos miembros como un don del Cielo, pero ahora los desprecio por amor a sus leyes y espero recibirlos nuevamente de él".
El rey y sus acompañantes estaban sorprendidos del valor de aquel joven, que no hacía ningún caso de sus sufrimientos.
Una vez que murió este, sometieron al cuarto a la misma tortura y a los mismos suplicios.
Y cuando ya estaba próximo a su fin, habló así: "Es preferible morir a manos de los hombres, con la esperanza puesta en Dios de ser resucitados por él. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida".

Salmo 17,1.5-6.8.15.
Oración de David. Escucha, Señor, mi justa demanda, atiende a mi clamor; presta oído a mi plegaria, porque en mis labios no hay falsedad.
y mis pies se mantuvieron firmes en los caminos señalados: ¡mis pasos nunca se apartaron de tus huellas!
Yo te invoco, Dios mío, porque tú me respondes: inclina tu oído hacia mí y escucha mis palabras.
Protégeme como a la pupila de tus ojos; escóndeme a la sombra de tus alas
Pero yo, por tu justicia, contemplaré tu rostro, y al despertar, me saciaré de tu presencia.

Segunda Carta de San Pablo a los Tesalonicenses 2,16-17.3,1-5.
Que nuestro Señor Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos amó y nos dio gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza,
los reconforte y fortalezca en toda obra y en toda palabra buena.
Finalmente, hermanos, rueguen por nosotros, para que la Palabra del Señor se propague rápidamente y sea glorificada como lo es entre ustedes.
Rueguen también para que nos veamos libres de los hombres malvados y perversos, ya que no todos tienen fe.
Pero el Señor es fiel: él los fortalecerá y los preservará del Maligno.
Nosotros tenemos plena confianza en el Señor de que ustedes cumplen y seguirán cumpliendo nuestras disposiciones.
Que el Señor los encamine hacia el amor de Dios y les dé la perseverancia de Cristo.

Evangelio según San Lucas 20,27-38.
Se le acercaron algunos saduceos, que niegan la resurrección,
y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda.
Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos.
El segundo
se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia.
Finalmente, también murió la mujer.
Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?".
Jesús les respondió: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan,
pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán.
Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.
Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.
Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él". 
 Lc 20,27-38
Leer el comentario del Evangelio por 
Catecismo de la Iglesia católica
§ 989-993
«Creo en la resurrección de la carne» (Credo)
     Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que él los resucitará en el último día, Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad: «Si el Espíritu de Aquel  que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros» (Rm 8,11). El término «carne» designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad. La «resurrección de la carne» significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros «cuerpos mortales» volverán a la vida.

     Creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana. «La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella» (Tertuliano): «¿Cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también nuestra fe... ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que murieron (1C 15,12-14.20).

     La resurrección de los muertos fue revelada progresivamente por Dios a su Pueblo. La esperanza de la resurrección corporal de los muertos se impuso como una consecuencia intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre  todo entero, alma y cuerpo... Los fariseos y muchos contemporáneos del Señor esperaban la resurrección. Jesús la enseña firmemente. A los saduceos que la niegan responde: « Vosotros no conocéis ni las Escrituras ni el poder de Dios, vosotros estáis en el error» La fe en la resurrección descansa en la fe en Dios que «no es un Dios de muertos sino de vivos».

                    


domingo 07 Noviembre 2010

Juan Pablo II

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JUAN PABLO II  



MARÍA MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Entre los títulos atribuidos a María en el culto de la Iglesia, el capítulo VIII de la Lumen gentium recuerda el de «Mediadora» Aunque algunos padres conciliares no compartían plenamente esa elección (cf. Acta Synodalia III, 8, 163-164), este apelativo fue incluido en la constitución dogmática sobre la Iglesia, confirmando el valor de la verdad que expresa. Ahora bien, se tuvo cuidado de no vincularlo a ninguna teología de la mediación, sino sólo de enumerarlo entre los demás títulos que se le reconocían a María.


Por lo demás, el texto conciliar ya refiere el contenido del título de «Mediadora» cuando afirma que María «continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna» (Lumen gentium, 62)


Como recuerdo en la encíclica Redemptoris Mater, «la mediación de María está íntimamente unida a su maternidad y posee un carácter específicamente materno que la distingue del de las demás criaturas» (n. 38).


Desde este punto de vista, es única en su género y singularmente eficaz.


2. El mismo Concilio quiso responder a las dificultades manifestadas por algunos padres conciliares sobre el término «Mediadora», afirmando que María «es nuestra madre en el orden de la gracia» (Lumen gentium, 61). Recordemos que la mediación de María es cualificada fundamentalmente por su maternidad divina. Además, el reconocimiento de su función de mediadora está implícito en la expresión «Madre nuestra», que propone la doctrina de la mediación mariana, poniendo el énfasis en la maternidad. Por último, el título «Madre en el orden de la gracia» aclara que la Virgen coopera con Cristo en el renacimiento espiritual de la humanidad.


3. La mediación materna de María no hace sombra a la única y perfecta mediación de Cristo. En efecto, el Concilio, después de haberse referido a «María Mediadora», precisa a renglón seguido: «Lo cual, sin embargo, se entiende dé tal manera que no quite ni añada nada a la dignidad y a la eficacia de Cristo, único Mediador» (ib. , 62) Y cita, a este respecto, el conocido texto de la primera carta a Timoteo: «Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos» (1 Tm 2,5-6).


El Concilio afirma, además, que «la misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia» (Lumen gentium, 60)


Así pues, lejos de ser un obstáculo al ejercicio de la única mediación de Cristo, María pone de relieve su fecundidad y su eficacia. «En efecto, todo el influjo de la santísima Virgen en la salvación de los hombres no tiene su origen en ninguna necesidad objetiva, sino en que Dios lo quiso así. Brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia» (ib.).


4. De Cristo deriva el valor de la mediación de María, y, por consiguiente, el influjo saludable de la santísima Virgen «favorece, y de ninguna manera impide, la unión inmediata de los creyentes con Cristo» (ib.).


La intrínseca orientación hacia Cristo de la acción de la «Mediadora» impulsa al Concilio a recomendar a los fieles que acudan a María «para que, apoyados en su protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador» (ib. , 62)


Al proclamar a Cristo único Mediador (cf. 1 Tm 2,5-6), el texto de la carta de san Pablo a Timoteo excluye cualquier otra mediación paralela, pero no una mediación subordinada. En efecto, antes de subrayar la única y exclusiva mediación de Cristo, el autor recomienda «que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres» (1 Tm 2,1). ¿No son, acaso, las oraciones una forma de mediación? Más aún, según san Pablo, la única mediación de Cristo está destinada a promover otras mediaciones dependientes y ministeriales. Proclamando la unicidad de la de Cristo, el Apóstol tiende a excluir sólo cualquier mediación autónoma o en competencia, pero no otras formas compatibles con el valor infinito de la obra del Salvador.


5. Es posible participar en la mediación de Cristo en varios ámbitos de la obra de la salvación. La Lumen gentium, después de afirmar que «ninguna criatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor», explica que las criaturas pueden ejercer algunas formas de mediación en dependencia de Cristo. En efecto, asegura: «Así como en el sacerdocio de Cristo participan de diversa manera tanto los ministros como el pueblo creyente, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la única mediación del Redentor no excluye sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la única fuente» (n. 62)


En esta voluntad de suscitar participaciones en la única mediación de Cristo se manifiesta el amor gratuito de Dios que quiere compartir lo que posee.


6. ¿Qué es, en verdad, la mediación materna de María sino un don del Padre a la humanidad? Por eso, el Concilio concluye: «La Iglesia no duda en atribuir a María esta misión subordinada, la experimenta sin cesar y la recomienda al corazón de sus fieles» (ib.).


María realiza su acción materna en continua dependencia de la mediación de Cristo y de él recibe todo lo que su corazón quiere dar a los hombres.


La Iglesia, en su peregrinación terrena, experimenta «continuamente» la eficacia de la acción de la «Madre en el orden de la gracia»..




Oremos  


Señor, por el misterioso designio de tu amor, has querido que la Virgen María fuese madre del autor de la gracia y estuviese asociada a él en el misterio de la redención humana; que ella nos alcance con profusión tus dones y nos conduzca hasta el puerto de la salvación eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. 

"I believe in the resurrection of the body" (Creed)

DAILY GOSPEL: 07/11/2010
«Lord, to whom shall we go? You have the words of eternal life.» John 6,68


Thirty-second Sunday in Ordinary Time


2nd book of Maccabees 7:1-2.9-14.
It also happened that seven brothers with their mother were arrested and tortured with whips and scourges by the king, to force them to eat pork in violation of God's law.
One of the brothers, speaking for the others, said: "What do you expect to achieve by questioning us? We are ready to die rather than transgress the laws of our ancestors."
At the point of death he said: "You accursed fiend, you are depriving us of this present life, but the King of the world will raise us up to live again forever. It is for his laws that we are dying."
After him the third suffered their cruel sport. He put out his tongue at once when told to do so, and bravely held out his hands,
as he spoke these noble words: "It was from Heaven that I received these; for the sake of his laws I disdain them; from him I hope to receive them again."
Even the king and his attendants marveled at the young man's courage, because he regarded his sufferings as nothing.
After he had died, they tortured and maltreated the fourth brother in the same way.
When he was near death, he said, "It is my choice to die at the hands of men with the God-given hope of being restored to life by him; but for you, there will be no resurrection to life."

Psalms 17:1.5-6.8.15.
A prayer of David. Hear, LORD, my plea for justice; pay heed to my cry; Listen to my prayer spoken without guile.
My steps have kept to your paths; my feet have not faltered.
I call upon you; answer me, O God. Turn your ear to me; hear my prayer.
Keep me as the apple of your eye; hide me in the shadow of your wings
I am just--let me see your face; when I awake, let me be filled with your presence.

Second Letter to the Thessalonians 2:16-17.3:1-5.
May our Lord Jesus Christ himself and God our Father, who has loved us and given us everlasting encouragement and good hope through his grace,
encourage your hearts and strengthen them in every good deed and word.
Finally, brothers, pray for us, so that the word of the Lord may speed forward and be glorified, as it did among you,
and that we may be delivered from perverse and wicked people, for not all have faith.
But the Lord is faithful; he will strengthen you and guard you from the evil one.
We are confident of you in the Lord that what we instruct you, you (both) are doing and will continue to do.
May the Lord direct your hearts to the love of God and to the endurance of Christ.

Holy Gospel of Jesus Christ according to Saint Luke 20:27-38.
Some Sadducees, those who deny that there is a resurrection, came forward and put this question to him,
saying, "Teacher, Moses wrote for us, 'If someone's brother dies leaving a wife but no child, his brother must take the wife and raise up descendants for his brother.'
Now there were seven brothers; the first married a woman but died childless.
Then the second
and the third married her, and likewise all the seven died childless.
Finally the woman also died.
Now at the resurrection whose wife will that woman be? For all seven had been married to her."
Jesus said to them, "The children of this age marry and remarry;
but those who are deemed worthy to attain to the coming age and to the resurrection of the dead neither marry nor are given in marriage.
They can no longer die, for they are like angels; and they are the children of God because they are the ones who will rise.
That the dead will rise even Moses made known in the passage about the bush, when he called 'Lord' the God of Abraham, the God of Isaac, and the God of Jacob;
and he is not God of the dead, but of the living, for to him all are alive." 
Lc 20,27-38
Commentary of the day 
Catechism of the Catholic Church
§ 989-993
"I believe in the resurrection of the body" (Creed)
We firmly believe, and hence we hope that, just as Christ is truly risen from the dead and lives for ever, so after death the righteous will live for ever with the risen Christ and he will raise them up on the last day. Our resurrection, like his own, will be the work of the Most Holy Trinity: «If the Spirit of him who raised Jesus from the dead dwells in you, he who raised Christ Jesus from the dead will give life to your mortal bodies also through his Spirit who dwells in you» (Rom 8,11). The term "flesh" refers to man in his state of weakness and mortality. The "resurrection of the flesh" means not only that the immortal soul will live on after death, but that even our "mortal body" will come to life again.

Belief in the resurrection of the dead has been an essential element of the Christian faith from its beginnings. "The confidence of Christians is the resurrection of the dead; believing this we live." (Tertullian) «How can some of you say that there is no resurrection of the dead? But if there is no resurrection of the dead, then Christ has not been raised; if Christ has not been raised, then our preaching is in vain and your faith is in vain.... But in fact Christ has been raised from the dead, the first fruits of those who have fallen asleep» (1Cor 15,12-14.20).

God revealed the resurrection of the dead to his people progressively. Hope in the bodily resurrection of the dead established itself as a consequence intrinsic to faith in God as creator of the whole man, soul and body... The Pharisees and many of the Lord's contemporaries hoped for the resurrection. Jesus teaches it firmly. To the Sadducees who deny it he answers, "Is not this why you are wrong, that you know neither the scriptures nor the power of God?» (Mk 12,24). Faith in the resurrection rests on faith in God who "is not God of the dead, but of the living».


Sunday, 07 November 2010

St. Willibrord, Bishop (657-739)



SAINT WILLIBRORD
Bishop
(657-739)
        Willibrord was born in Northumberland in 657, and when twenty years old went to Ireland, to study under St. Egbert; twelve years later, he felt drawn to convert the great pagan tribes who were hanging as a cloud over the north of Europe.
        He went to Rome for the blessing of the Pope, and with eleven companions reached Utrecht. The pagans would not accept the religion of their enemies, the Franks; and St. Willibrord could only labor in the track of Pepin Heristal, converting the tribes whom Pepin subjugated.
        At Pepin's urgent request, he again went to Rome, and was consecrated Archbishop of Utrecht. He was stately and comely in person, frank and joyous, wise in counsel, pleasant in speech, in every work of God strenuous and unwearied. Multitudes were converted, and the Saint built churches and appointed priests all over the land. He wrought many miracles, and bad the gift of prophecy.
        He labored unceasingly as bishop for more than fifty years, beloved alike of God and of man, and died full of days and good works.