EVANGELIO DEL DÍA

lunes, 12 de julio de 2010

«Jesús se puso a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todos sus milagros, porque no se habían convertido»

EVANGELIO DEL DÍA 13/07/2010

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68



Martes de la XV Semana del Tiempo Ordinario


Libro de Isaías 7,1-9.
En tiempos de Ajaz, hijo de Jotám, hijo de Ozías, rey de Judá, Resín, rey de Arám, y Pécaj, hijo de Remalías, rey de Israel, subieron contra Jerusalén para atacarla, pero no la pudieron expugnar.
Cuando se informó a la casa de David: "Arám está acampado en Efraím", se estremeció su corazón y el corazón de su pueblo, como se estremecen por el viento los árboles del bosque.
El Señor dijo a Isaías: "Ve al encuentro de Ajaz, tú y tu hijo Sear Iasub, al extremo del canal del estanque superior, sobre la senda del campo del Tintorero.
Tú le dirás: Manténte alerta y no pierdas la calma; no temas, y que tu corazón no se intimide ante esos dos cabos de tizones humeantes, ante el furor de Resín de Arám y del hijo de Remalías.
Porque Arám, Efraím y el hijo de Remalías se han confabulado contra ti, diciendo:
"Subamos contra Judá, hagamos cundir el pánico, sometámosla y pongamos allí como rey al hijo de Tabel".
Pero así habla el Señor: Eso no se realizará, eso no sucederá.
a Porque la cabeza de Arám es Damasco, y la cabeza de Damasco Resín; la cabeza de Efraím es Samaría, y la cabeza de Samaría, el hijo de Remalías. Dentro de sesenta y cinco años, Efraím será destrozado, y no será más un pueblo-.
b Si ustedes no creen, no subsistirán".

Salmo 48,2.3-4.5-6.7-8.
El Señor es grande y digno de alabanza, en la Ciudad de nuestro Dios.
Su santa Montaña, la altura más hermosa, es la alegría de toda la tierra. La Montaña de Sión, la Morada de Dios, es la Ciudad del gran Rey:
el Señor se manifestó como un baluarte en medio de sus palacios.
Porque los reyes se aliaron y avanzaron unidos contra ella;
pero apenas la vieron quedaron pasmados y huyeron despavoridos.
Allí se apoderó de ellos el terror y dolores como los del parto,
como cuando el viento del desierto destroza las naves de Tarsis.

Evangelio según San Mateo 11,20-24.
Entonces Jesús comenzó a recriminar a aquellas ciudades donde había realizado más milagros, porque no se habían convertido.
"¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y cubriéndose con ceniza.
Yo les aseguro que, en el día del Juicio, Tiro y Sidón serán tratadas menos rigurosamente que ustedes.
Y tú, Cafarnaún, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno. Porque si los milagros realizados en ti se hubieran hecho en Sodoma, esa ciudad aún existiría.
Yo les aseguro que, en el día del Juicio, la tierra de Sodoma será tratada menos rigurosamente que tú". 
Mt 11,20-24
Leer el comentario del Evangelio por 
San Isaac, el Siríaco (siglo VII), monje cerca de Mosul
Sermones espirituales, 1ª serie, nº 72
«Jesús se puso a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todos sus milagros, porque no se habían convertido»
     El arrepentimiento después del bautismo ha sido dado a los hombres como una gracia tras otra gracia. El arrepentimiento es un segundo nacimiento que viene de Dios. Lo que hemos recibido como prenda en el bautismo, lo recibimos como un don pleno por el arrepentimiento. El arrepentimiento es la puerta de la compasión: se abre a los que lo buscan. A través de esa puerta penetramos en la compasión divina; fuera de ella no encontramos la compasión. «Pues todos pecaron, dice la Santa Escritura, y son justificados gratuitamente por su gracia» (Rm 3,32-24). El arrepentimiento es la segunda gracia. Nace de la fe y del temor en el corazón. El temor es la protección paternal que nos dirige hasta que llegamos al paraíso espiritual. Cuando hemos llegado a él, nos deja y se va.



martes 13 Julio 2010

San Enrique II



San Enrique II ( 972 – 1024) nieto de Otón el Grande y de Carlomagno, había nacido en el castillo que su padre, duque de Baviera, tenía a las orillas del Danubio, en los estertores del oscuro siglo X, allá por los años 973.   El joven príncipe pasa los primeros años de su vida en el monasterio benedictino de Hildesheim. Vive como un novicio al lado de los monjes. Aprende a la vez las letras y los salmos, estudia las Sagradas Escrituras, se ejercita en la práctica de la virtud y aspira a la perfección.   Completa su educación bajo la tutela del obispo de Regensburg, San Wolfang. Enrique acogía en la buena tierra de su corazón la semilla que sembraba su maestro y que produciría mucho fruto, el ciento por uno.
Las fechas de su vida política se sucedieron rápidas. El 995, duque de Baviera. El 1002, rey de Germania, proclamado en Maguncia. El 1014 Benedicto VIII lo consagra en Roma Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El Papa, en premio a su celo por la religión, le regala un globo de oro y piedras preciosas, rematado en una cruz. Enrique lo agradece, entiende el simbolismo y lo manda llevar a la abadía de Cluny.   Ayuda a extinguir el cisma del antipapa Gregorio y a mantener el prestigio de Benedicto VIII.
Funda iglesias y monasterios para fomentar el culto divino, crea obispados, reúne dietas conciliares, defiende los derechos de la Iglesia, influye en la conversión de San Esteban de Hungría, que se había casado con una hermana suya.   Mantiene una estrecha amistad con el famoso y longevo abad de Cluny, Odilón. Juntos trabajan en la reforma eclesiástica, deponiendo prelados y abades indignos, restituyendo la disciplina y la observancia regular.
Le gustaban las suntuosas liturgias de las iglesias de Germania. De ahí que, según se cuenta, se extrañara al constatar que en Roma no se decía el Credo en la Misa, a instancias suyas el papa Benedicto VIII prescribió que se cantara los domingos y fiestas.   Trabajó también mucho por la paz y por la extensión del Evangelio. Junto a esta vida agitada, llevaba cuando podía una vida recogida y piadosa como un monje.
De entre todas las iglesias, la que merecía su particular predilección era la catedral de Bamberga, que él mismo había edificado, y en la que reposa junto con Santa Cunegunda.    Junto a la estatua del famoso caballero, se encuentra un monumento en memoria de los "Santos Enrique y Cunegunda, que brillaron en medio de las tinieblas de su tiempo como dos lises de oro sobre el altar".
Al final de su vida, Enrique, llamado con razón el Piadoso, se retira al monasterio de Vanne. El abad Ricardo le ordena volver al trono. Pero poco después, el 13 de julio del año 1024, a los cincuenta y dos años, recibía la corona de la gloria en el castillo de Grona.  Fue canonizado el 1146 por Eugenio III.




Oremos

Dios nuestro, que otorgaste a San Enrique II  la abundancia de tu gracia para gobernar rectamente un reino terrenal y para elevarse de esos cuidados al amor de las cosas celestiales, concédenos también a nosotros, por su intercesión, que, en medio de los cuidados de las cosas mudables de este mundo, tendamos siempre sinceramente hacia ti. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

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