EVANGELIO DEL DÍA

jueves, 24 de junio de 2010

«El Señor lo tocó diciendo: ¡Quiero, queda limpio!»

EVANGELIO DEL DÍA: 25/06/2010

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68



Viernes de la XII Semana del Tiempo Ordinario


Segundo Libro de los Reyes 25,1-12.
El noveno año del reinado de Sedecías, el día diez del décimo mes, Nabucodonosor, rey de Babilonia, llegó con todo su ejército contra Jerusalén; acampó frente a la ciudad y la cercaron con una empalizada.
La ciudad estuvo bajo el asedio hasta el año undécimo del rey Sedecías.
En el cuarto mes, el día nueve del mes, mientras apretaba el hambre en la ciudad y no había más pan para la gente del país,
se abrió una brecha en la ciudad. Entonces huyeron todos los hombres de guerra, saliendo de la ciudad durante la noche, por el camino de la Puerta entre las dos murallas, que está cerca del jardín del rey; y mientras los caldeos rodeaban la ciudad, ellos tomaron por el camino de la Arabá.
Las tropas de los caldeos persiguieron al rey, y lo alcanzaron en las estepas de Jericó, donde se desbandó todo su ejército.
Los caldeos capturaron al rey y lo hicieron subir hasta Riblá, ante el rey de Babilonia, y este dictó sentencia contra él.
Los hijos de Sedecías fueron degollados ante sus propios ojos. A Sedecías le sacó los ojos, lo ató con una doble cadena de bronce y lo llevó a Babilonia.
El día siete del quinto mes - era el decimonoveno año de Nabucodonosor, rey de Babilonia - Nebuzaradán, comandante de la guardia, que prestaba servicio ante el rey de Babilonia, entró en Jerusalén.
Incendió la Casa del Señor, la casa del rey y todas las casas de Jerusalén, y prendió fuego a todas las casa de los nobles.
Después, el ejército de los caldeos que estaba con el comandante de la guardia derribo las murallas que rodeaban a Jerusalén.
Nebuzaradán, el comandante de la guardia, deportó a toda la población que había quedado en la ciudad, a los desertores que se habían pasado al rey de Babilonia y al resto de los artesanos.
Pero dejó una parte de la gente pobre del país como viñadores y cultivadores.

Salmo 137(136),1-2.3.4-5.6.
Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos a llorar, acordándonos de Sión.
En los sauces de las orillas teníamos colgadas nuestras cítaras.
Allí nuestros carceleros nos pedían cantos, y nuestros opresores, alegría: "¡Canten para nosotros un canto de Sión!".
¿Cómo podíamos cantar un canto del Señor en tierra extranjera?
Si me olvidara de ti, Jerusalén, que se paralice mi mano derecha;
que la lengua se me pegue al paladar si no me acordara de ti, si no pusiera a Jerusalén por encima de todas mis alegrías.

Evangelio según San Mateo 8,1-4.
Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud.
Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: "Señor, si quieres, puedes purificarme".
Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". Y al instante quedó purificado de su lepra.
Jesús le dijo: "No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio". 
Mt 8,1-4
Leer el comentario del Evangelio por 
Simeón el Nuevo Teólogo (hacia 949-1022), monje griego
Himno 30
«El Señor lo tocó diciendo: ¡Quiero, queda limpio!»
     Antes que brillara la luz divina,
no me conocí a mi mismo.
Viéndome en tinieblas y cárcel,
encerrado en un lodazal,
cubierto de suciedad, herido, hinchada mi carne...,
caí a los pies de aquél que me había iluminado.

     El que me había iluminado toca con sus manos
mis ligaduras y mis heridas;
lo que su mano toca y allí donde se acerca su dedo,
inmediatamente caen mis ligaduras,
las heridas desaparecen, y toda suciedad.
Desaparece la suciedad de mi carne...
de tal manera que la hace semejante a su mano divina.
Extraña maravilla: mi carne, mi alma y mi cuerpo
participan de la gloria divina.

     Desde que he sido purificado y desembarazado de mis ligaduras,
ahí está tendiéndome una mano divina,
me retira enteramente del lodazal,
me abraza, se me echa al cuello,
me cubre de besos (Lc 15,20).

     Y a mí que estaba totalmente agotado
y que había perdido mis fuerzas,
me sube sobre sus espaldas (Lc 15,5),
y me lleva fuera de mi infierno...

     Es la luz que me lleva y me sostiene;
ella me arrastra hacia una luz grande...
Me hace contemplar por qué extraño remodelaje
él mismo me ha formado de nuevo (Gn 2,7)
y me ha arrancado de la corrupción.

     Me ha hecho el don de una vida inmortal
y me ha revestido de un traje inmaterial y luminoso
y me ha dado unas sandalias, un anillo y una corona
incorruptibles y eternas (Lc 15,22).



viernes 25 Junio 2010

La Preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo



La preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo
Desde la época de los Apóstoles, la Preciosa Sangre del Señor ha sido símbolo de la Redención. Aunque la devoción particular a la Preciosa Sangre se debe, sobre todo, a la iniciativa de San Gaspar del Búfalo, ya desde mucho antes se practicaba dicha devoción en varias Iglesias.
Por ejemplo, en 1582, se concedió a la arquidiócesis de Valencia, España, el rezo de un oficio "de la Sangre de Cristo"; la diócesis de Sarzana, en la Toscana, obtuvo la misma gracia en 1747. A principios del siglo XIX, se concedió a la congregación de San Gaspar el privilegio de celebrar la fiesta de la Preciosa Sangre. El Papa Pío IX la extendió a la Iglesia universal en 1849, cuando la revolución acababa de expulsarle de Roma.
Como lo hacía notar Dom Guéranger, al celebrar la solemnidad de la Preciosa Sangre, la Iglesia celebra su propio nacimiento, pues la sangre y el agua que brotaron del costado de Cristo le dieron el ser. De ese modo, la herida del costado de Cristo se convirtió en fuente de vida para el mundo.

En la homilía de la lección de maitines San Juan Crisóstomo dice: "Así, pues, la iglesia nació del costado de Cristo, como Eva, la esposa de Adán, nació de su costado…Así como Dios creó a la mujer, sacándola del costado del hombre, así Cristo creó a la Iglesia sacándola de su propio costado".






Oremos

Padre Eterno, recibe en sacrificio de propiciación por las necesidades de la Iglesia y de la patria y en reparación de los pecados de los hombres, la preciosísima sangre y agua salidas de la herida del divino Corazón de Jesús, y ten misericordia de nosotros.

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