Lc 9,11-17

En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.

Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: "No llores." Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: "¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!" El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.

Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: "Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo." La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.

COMENTARIO

por Mons. Rafael Escudero López-Brea
Obispo prelado de Moyobamba

Vemos en el evangelio de este domingo cómo Jesús toma la iniciativa para realizar la resurrección de un joven, sin que nadie intercediese en favor de él, por pura compasión ante las miserias humanas y para manifestar la presencia de Dios entre los hombres.

"En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naím, e iban con él sus discípulos y mucha gente".

Contemplamos a Jesús rodeado de una multitud que le sigue y le escucha, que siente, ante la presencia de Cristo, maravilla y temor. Maravilla y admiración ante sus palabras y, sobre todo, ante sus obras. Temor mezclado con alegría ante su poder, ante su palabra poderosa que realiza lo que dice. Leer más de este artículo