San Marcos 7,31-37

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.

Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua.

Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: "Efatá", que significa: "Abrete". Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. 

Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban
y, en el colmo de la admiración, decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos".

COMENTARIO

por Monseñor Rafael Escudero
Obispo Prelado

"En aquel tiempo, se marchó Jesús de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis".

 "Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad". La sordera hace incapaz a la persona para oír, le aísla socialmente, le impide la comunicación y le impide aprender a hablar. La expresión del sordo es triste, expresión de soledad.

 "Y le ruegan imponga la mano sobre él". Interceder, pedir en favor de otro, es lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. Para nosotros, cristianos, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca no su propio interés sino el de los demás. Leer más de este artículo