EVANGELIO DEL DÍA

martes, 28 de diciembre de 2010

«Ahora Señor puedes dejar a tu siervo irse en paz»

EVANGELIO DEL DÍA: 29/12/2010
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


Día V dentro de la Octava de Navidad


Epístola I de San Juan 2,3-11.
La señal de que lo conocemos, es que cumplimos sus mandamientos.
El que dice: "Yo lo conozco", y no cumple sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él.
Pero en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado verdaderamente a su plenitud. Esta es la señal de que vivimos en él.
El que dice que permanece en él, debe proceder como él.
Queridos míos, no les doy un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, el que aprendieron desde el principio: este mandamiento antiguo es la palabra que ustedes oyeron.
sin embargo, el mandamiento que les doy es nuevo. Y esto es verdad tanto en él como en ustedes, porque se disipan las tinieblas y ya brilla la verdadera luz.
El que dice que está en la luz y no ama a su hermano, está todavía en las tinieblas.
El que ama a su hermano permanece en la luz y nada lo hace tropezar.
Pero el que no ama a su hermano, está en las tinieblas y camina en ellas, sin saber a dónde va, porque las tinieblas lo han enceguecido.

Salmo 96(95),1-3.5-6.
Canten al Señor un canto nuevo, cante al Señor toda la tierra;
canten al Señor, bendigan su Nombre, día tras día, proclamen su victoria.
Anuncien su gloria entre las naciones, y sus maravillas entre los pueblos.
Los dioses de los pueblos no son más que apariencia, pero el Señor hizo el cielo;
en su presencia hay esplendor y majestad, en su Santuario, poder y hermosura.

Evangelio según San Lucas 2,22-35.
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,
como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.
También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él
y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.
Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,
Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
"Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,
porque mis ojos han visto la salvación
que preparaste delante de todos los pueblos:
luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.
Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,
y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos". 
Lc 2,22-35
Leer el comentario del Evangelio por 
San Ignacio de Antioquia (?-hacia 110), obispo y mártir
Carta a los Romanos, 5-7
«Ahora Señor puedes dejar a tu siervo irse en paz»
     Hoy he comenzado a ser un discípulo. Que ninguna criatura visible o invisible me prive de unirme a Jesucristo... Aunque se abatan sobre mí los más crueles suplicios, sólo quiero alcanzar a Jesucristo... ¿Qué se me da a mí de las cosas suaves de este mundo y los imperios de la tierra? Es mucho mejor morir por Cristo que reinar hasta los confines de la tierra. Es a él solo a quien busco, al que murió por nosotros; es a él a quien deseo, al que resucitó por nosotros.

     Mi nacimiento se acerca... Dejadme abrazar la luz pura. Cuando la habré alcanzado, seré hombre. Aceptad que imite la pasión de mi Dios... Mi deseo terrenal ha sido crucificado, y ya no hay en mí fuego para amar la materia sino una «agua viva» (Jn 7,38) que murmura y cuchichea en mi corazón: «Ven al Padre». Ya no puedo saborear los alimentos perecederos o las dulzuras de esta vida. Estoy hambriento del pan de Dios, de la carne de Jesucristo, hijo de David, y como bebida quiero su sangre que es amor incorruptible.

                    

miércoles 29 Diciembre 2010

San David



Ungido rey por el profeta Samuel que obró por inspiración divina, unificó al pueblo de Israel y lo gobernó durante 40 años. Es el prototipo del pueblo judío. De su estirpe nació Jesús.

Murió en Jerusalén a los 70 años de edad en el siglo X antes de Jesucristo. Su voz permanece siempre viva en sus "salmos", que son un himno de gloria, la oración más bella del pueblo de Israel y la plegaria de todo hombre que quiere reencontrar la armonía con lo eterno.

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