EVANGELIO DEL DÍA

miércoles, 3 de noviembre de 2010

«¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido»

EVANGELIO DEL DÍA: 04/11/2010
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


Jueves de la XXXI Semana del Tiempo Ordinario


Carta de San Pablo a los Filipenses 3,3-8.
Porque los verdaderos circuncisos somos nosotros, los que ofrecemos un culto inspirado en el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, en lugar de poner nuestra confianza en la carne, aunque yo también tengo motivos para poner mi confianza en ella.
Si alguien cree que puede confiar en la carne, yo puedo hacerlo con mayor razón;
circuncidado al octavo día; de la raza de Israel y de la tribu de Benjamín; hebreo, hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, un fariseo;
por el ardor de mi celo, perseguidor de la Iglesia; y en lo que se refiere a la justicia que procede de la Ley, de una conducta irreprochable.
Pero todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, lo tengo por pérdida, a causa de Cristo.
Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo

Salmo 105(104),2-3.4-5.6-7.
Canten al Señor con instrumentos musicales, pregonen todas sus maravillas!
¡Gloríense en su santo Nombre, alégrense los que buscan al Señor!
¡Recurran al Señor y a su poder, busquen constantemente su rostro;
recuerden las maravillas que él obró, sus portentos y los juicios de su boca!
Descendientes de Abraham, su servidor, hijos de Jacob, su elegido:
el Señor es nuestro Dios, en toda la tierra rigen sus decretos.

Evangelio según San Lucas 15,1-10.
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos".
Jesús les dijo entonces esta parábola:
"Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría,
y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido".
Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse".
Y les dijo también: "Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido".
Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte". 
Lc 15,1-10
Leer el comentario del Evangelio por 
Isaac de la Estrella (?-hacia 1171), monje cisterciense
Sermón 35; 2º domingo de Cuaresma
«¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido»
     Cuando llegó el tiempo de la misericordia (Sl 101,14), el Buen Pastor descendió de junto al Padre..., tal como había prometido desde toda la eternidad. Vino a buscar a la única oveja que se había perdido. Para ella fue prometido desde siempre; para ella fue enviado en el tiempo; para ella nació y se nos dio, predestinado eternamente para ella. Es única, sacada tanto de los judíos como de las otras naciones..., presente en todos los pueblos...; es única en su misterio, múltiple en las personas, múltiple por la carne según la naturaleza, única por el Espíritu según la gracia –es decir, una sola oveja y una innumerable multitud...

     Ahora bien, las que este pastor reconoce como suyas «nadie puede arrancarlas de sus manos» (Jn 10,28). Porque nadie puede forzar al verdadero poder, engañar a la sabiduría, destruir la caridad. Por eso habla con toda seguridad diciendo...: «Padre, de los que me has dado no se ha perdido ninguno» (Jn 18,9)...

     Fue enviado como verdad para los engañados, como camino para los extraviados, como vida para los que estaban muertos, como sabiduría para los insensatos, como remedio para los enfermos, como rescate para los cautivos, como alimento para los que morían de hambre. Siendo para todos ellos, se puede decir que fue enviado «a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 15,24) para que no se pierdan nunca jamás. Fue enviado como un alma a un cuerpo inerte para que, a su llegada, los miembros se calentaran de nuevo y vivieran una vida nueva, sobrenatural y divina: es la primera resurrección (Ap 20,5). Por eso él mismo puede declarar: «Os aseguro que llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán» (Jn 5,25). Y puede, pues, decir a sus ovejas: «Escucharán mi voz y me seguirán» (Jn 10, 4-5).


jueves 04 Noviembre 2010

San Carlos Borromeo



San Carlos Borromeo 
Nacido en 1538 en la ribera del Lago Mayor (Lombardía), fue llamado a Roma en 1558 por su tío el Papa Pío IV, que le confió el gobierno de los negocios eclesiásticos, nombrándole cardenal. A sus veintidós años, Borromeo se convertía en el primer Secretario de Estado en el sentido moderno de la función.  

Como tal trabajó con denuedo por llevar a buen fin las últimas sesiones del Concilio de Trento (1562-1563). Al morir Pío IV (1565), Carlos Borromeo pasó a Milán, de donde había sido nombrado arzobispo dos años antes. El joven prelado no tuvo en adelante otro anhelo que hacer poner en práctica en su Iglesia las prescripciones del Concilio. 

  El cardenal Borromeo realizó plenamente el modelo de obispo postulado por el Concilio de Trento: reformador del clero por medio de sínodos y con la fundación de los primeros seminarios, restaurador de las costumbres del pueblo con sus visitas pastorales, que se extendían hasta los valles suizos, creador de múltiples obras sociales, padre de la ciudad hasta llegar a ofrecer su propia vida por ella con ocasión de la peste de 1576, vivo ejemplo de hombre evangélico...    

Si es cierto que resultaba de austera apariencia y de mano a veces dura era porque primero se exigía a si mismo. Es comprensible que Milán le haya concedido un puesto de privilegio junto a San Ambrosio entre sus padres en la fe.

Pero el influjo de San Carlos superó las fronteras de Lombardía: todos los obispos reformadores trataron de reproducir el modelo de su acción pastoral. Murió en 1584.

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