EVANGELIO DEL DÍA

domingo, 17 de octubre de 2010

«Orar siempre sin desanimarse»

EVANGELIO DEL DÍA: 17/10/2010
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


XXIX Domingo del Tiempo Ordinario


Libro del Exodo 17,8-13.
Después vinieron los amalecitas y atacaron a Israel en Refidim.
Moisés dijo a Josué: "Elige a algunos de nuestros hombres y ve mañana a combatir contra Amalec. Yo estaré de pie sobre la cima del monte, teniendo en mi mano el bastón de Dios".
Josué hizo lo que le había dicho Moisés, y fue a combatir contra los amalecitas. Entretanto, Moisés, Aarón y Jur habían subido a la cima del monte.
Y mientras Moisés tenía los brazos levantados, vencía Israel; pero cuando los dejaba caer, prevalecía Amalec.
Como Moisés tenía los brazos muy cansados, ellos tomaron una piedra y la pusieron donde él estaba. Moisés se sentó sobre la piedra, mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sus brazos se mantuvieron firmes hasta la puesta del sol.
De esa manera, Josué derrotó a Amalec y a sus tropas al filo de la espada.

Salmo 121(120),1-2.3-4.5-6.7-8.
Canto de peregrinación. Levanto mis ojos a las montañas: ¿de dónde me vendrá la ayuda?
La ayuda me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
El no dejará que resbale tu pie: ¡tu guardián no duerme!
No, no duerme ni dormita él guardián de Israel.
El Señor es tu guardián, es la sombra protectora a tu derecha:
de día, no te dañará el sol, ni la luna de noche.
El Señor te protegerá de todo mal y cuidará tu vida.
El te protegerá en la partida y el regreso, ahora y para siempre.

Segunda Carta de San Pablo a Timoteo 3,14-17.4,1-2.
Pero tú permanece fiel a la doctrina que aprendiste y de la que estás plenamente convencido: tú sabes de quiénes la has recibido.
Recuerda que desde la niñez conoces las Sagradas Escrituras: ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación, mediante la fe en Cristo Jesús.
Toda la Escritura está inspirada por Dios, y es útil para enseñar y para argüir, para corregir y para educar en la justicia,
a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para hacer siempre el bien.
Yo te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, y en nombre de su Manifestación y de su Reino:
proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar.

Evangelio según San Lucas 18,1-8.
Después Jesús les enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:
"En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres;
y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: 'Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario'.
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,
pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'".
Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez injusto.
Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?". 
 Lc 18,1-8
Leer el comentario del Evangelio por 
Beata Teresa de Calcuta (1910-1997), fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad
Nadie tiene amor más grande
«Orar siempre sin desanimarse»
     Ama orar. Siente a menudo la necesidad de orar a lo largo del día. La oración dilata el corazón hasta que éste sea capaz de recibir el don de Dios que es él mismo. Pide, busca, y tu corazón se ensanchará hasta el punto de recibirle, de tenerle en ti como tu bien.

     Deseamos mucho orar, pero después, fracasamos. Es entonces cuando nos desanimamos y renunciamos. Si quieres orar mejor, debes orar más. Dios acepta el fracaso, pero no quiere el desánimo. En la oración cada día más quiere que seamos como niños, cada vez más humildes, cada vez más llenos de agradecimiento.  Quiere que tengamos presente que todos pertenecemos al cuerpo místico de Cristo, en el que la oración es perpetua.

     En nuestras oraciones debemos ayudarnos unos a otros. Liberemos nuestros espíritus. No hagamos largas oraciones, que no se acaban nunca, sino más bien breves, llenas de amor. Oremos por los que no oran. Acordémonos que el que quiere poder amar, debe poder orar.

                    


domingo 17 Octubre 2010

San Ignacio de Antioquía




San Ignacio de Antioquía


San Ignacio de Antioquía firmaba el 24 de agosto la carta que escribía, hacia el año 110, a los cristianos de Roma, a la Iglesia «que preside en la caridad», suplicándoles que no hicieran valer su dignidad para alejarle del martirio:

«Dejadme que reciba la luz pura. Mi deseo terreno ha quedado crucificado, y ya no queda en mí sino un agua pura que murmura: Ven hacia el Padre», «Contentaos con pedir que tenga fuerza, a fin de que sea cristiano no sólo de nombre, sino en la realidad».


Al tratar de Ignacio de Antioquía no es que se hable de él, se le escucha, puesto que confió a las páginas que escribió camino de su martirio uno de los más hermosos cantos que jamás hayan salido de un espíritu humano.


Himno de amor a Cristo y a su Iglesia; Ignacio nunca separa ambas cosas. Para él la señal infalible del amor de los bautizados hacia el Señor y la presencia del Espíritu en ellos consiste en la unidad de cada una de las Iglesias en torno a su obispo, y la de todas ellas en la única Iglesia:

«No tenéis que tener sino un solo sentir con vuestro obispo», escribe a los Efesios.


Les felicita, por otra parte, pues se encuentran estrechamente unidos, «como la Iglesia lo está con Jesucristo y Jesucristo con su Padre, dentro de la armonía de la unidad universal.».


Muy famoso entre los primeros mártires, quizás sirio de origen, probablemente discípulo de los apóstoles, y el cristiano de mayor reputación en tierras de Oriente después de la muerte de san Juan. Por eso debió de ser llamado como obispo a la sede de Antioquía, que había presidido el propio san Pedro.


La verdad de san Ignacio no está en esta identificación, sino en el hecho bien documentado de su largo viaje hasta la muerte, después de su condena, desde Antioquía a Roma, pasando por las costas de Asia Menor y Grecia, con una parada en Esmirna.


Su destino era morir en el circo romano para celebrar los triunfos del emperador Trajano en la Dacia, y en el curso de la navegación escribe cartas que son uno de los testimonios más impresionantes de la fe ante el martirio que nos ha legado la Iglesia primitiva; en especial la que dirige a los fieles de Roma, pidiéndoles que no intercedan por él a fin de que «nada me impida ahora alcanzar la herencia que me está reservada».


Custodiado por feroces guardias, «los diez leopardos», como él dice, Ignacio, sin alardes de jactancia ni gestos estoicos, ve la vida y la muerte como cosas entregadas, que casi no le pertenecen.




Oremos


Dios todopoderoso y eterno, que has querido que el testimonio de los mártires sea el honor de todo el cuerpo de tu Iglesia, concédenos que el martirio de San Ignacio de Antioquía, que hoy conmemoramos, así como le mereció a él una gloria eterna, así también nos dé a nosotros valor en el combate de la fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

No hay comentarios: