EVANGELIO DEL DÍA

domingo, 26 de septiembre de 2010

«El más pequeño de vosotros es el más importante»

EVANGELIO DEL DÍA: 27/09/2010
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


Lunes de la XXVI Semana del Tiempo Ordinario


Libro de Job 1,6-22.
El día en que los hijos de Dios fueron a presentarse delante del Señor, también el Adversario estaba en medio de ellos.
El Señor le dijo: "¿De dónde vienes?". El Adversario respondió al Señor: "De rondar por la tierra, yendo de aquí para allá".
Entonces el Señor le dijo: "¿Te has fijado en mi servidor Job? No hay nadie como él sobre la tierra: es un hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y alejado del mal".
Pero el Adversario le respondió: "¡No por nada teme Job al Señor!
¿Acaso tú no has puesto un cerco protector alrededor de él, de su casa y de todo lo que posee? Tú has bendecido la obra de sus manos y su hacienda se ha esparcido por todo el país.
Pero extiende tu mano y tócalo en lo que posee: ¡seguro que te maldecirá en la cara!".
El Señor dijo al Adversario: "Está bien. Todo lo que le pertenece está en tu poder, pero no pongas tu mano sobre él". Y el Adversario se alejó de la presencia del Señor.
El día en que sus hijos e hijas estaban comiendo y bebiendo en la casa del hermano mayor,
llegó un mensajero y dijo a Job: "Los bueyes estaban arando y las asnas pastaban cerca de ellos,
cuando de pronto irrumpieron los sabeos y se los llevaron, pasando a los servidores al filo de la espada. Yo solo pude escapar para traerte la noticia".
Todavía estaba hablando, cuando llegó otro y le dijo: "Cayó del cielo fuego de Dios, e hizo arder a las ovejas y a los servidores hasta consumirlos. Yo solo pude escapar para traerte la noticia".
Todavía estaba hablando, cuando llegó otro y le dijo: "Los caldeos, divididos en tres grupos, se lanzaron sobre los camellos y se los llevaron, pasando a los servidores al filo de la espada. Yo solo pude escapar para traerte la noticia".
Todavía estaba hablando, cuando llegó otro y le dijo: Tus hijos y tus hijas comían y bebían en la casa de su hermano mayor,
y de pronto sopló un fuerte viento del lado del desierto, que sacudió los cuatro ángulos de la casa. Esta se desplomó sobre los jóvenes, y ellos murieron. Yo solo pude escapar para traerte la noticia.
Entonces Job se levantó y rasgó su manto; se rapó la cabeza, se postró con el rostro en tierra
y exclamó: "Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó:¡bendito sea el nombre del Señor!".
En todo esto, Job no pecó ni dijo nada indigno contra Dios.

Salmo 17,1.2-3.6-7.
Oración de David. Escucha, Señor, mi justa demanda, atiende a mi clamor; presta oído a mi plegaria, porque en mis labios no hay falsedad.
Tú me harás justicia, porque tus ojos ven lo que es recto:
si examinas mi corazón y me visitas por las noches, si me pruebas al fuego, no encontrarás malicia en mí. Mi boca no se excedió
Yo te invoco, Dios mío, porque tú me respondes: inclina tu oído hacia mí y escucha mis palabras.
Muestra las maravillas de tu gracia, tú que salvas de los agresores a los que buscan refugio a tu derecha.

Evangelio según San Lucas 9,46-50.
Entonces se les ocurrió preguntarse quién sería el más grande.
Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, tomó a un niño y acercándolo,
les dijo: "El que recibe a este niño en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe a aquel que me envió; porque el más pequeño de ustedes, ese es el más grande".
Juan, dirigiéndose a Jesús, le dijo: "Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre y tratamos de impedírselo, porque no es de los nuestros".
Pero Jesús le dijo: "No se lo impidan, porque el que no está contra ustedes, está con ustedes". 
Lc 9,46-50
Leer el comentario del Evangelio por 
Juan Casiano (hacia 360-435), fundador de monasterio en Marsella
Conferencias, nº 15, 6-7
«El más pequeño de vosotros es el más importante»
     «Venid, dice Cristo a sus discípulos, y aprended de mí»,  ciertamente que no a echar demonios por el poder del cielo, ni a curar leprosos, ni a devolver la vista a los ciegos, ni a resucitar muertos...; sino, dice él: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,28-29). En efecto, esto es lo que todos podemos aprender y practicar. Hacer signos y milagros no siempre es necesario, ni tan sólo ventajoso para todos, ni tampoco se concede a todos.

     Es, pues, la humildad la maestra de todas las virtudes, fundamento inquebrantable de todo el edificio, don magnífico y propio del Señor. El que la posea podrá hacer, sin peligro de envanecerse, todos los milagros que Cristo obró porque busca imitar al manso Señor, no en la sublimidad de sus prodigios sino en las virtudes de la paciencia y la humildad. Por el contrario, el que está deseoso de mandar a los espíritus impuros, de devolver la salud a los enfermos, de mostrar a las multitudes cualquier signo maravilloso, podrá invocar el nombre de Cristo en medio de toda su ostentación, pero es extraño a Cristo porque su alma orgullosa no sigue al maestro de humildad.

     Este es el legado que el Señor hizo a sus discípulos poco antes de volver a su Padre: «Os doy un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros; como yo os he amado amaos unos a otros»; e inmediatamente añade: «En esto conocerán que sois mis discípulos: si os amáis los unos a los otros» (Jn 13,34-35). Y es cierto que el que no es manso y humilde no podrá amar así.



lunes 27 Septiembre 2010

San Vicente de Paúl



San Vicente de Paúl  
Vicente de Paul ( 1580 – 1660), nacido en Pouy (Gascuña, cerca de los pirineos) el 24 de abril de 1581, de una familia de humildes labriegos (él mismo se denominaba por humildad «un porquerizo, un harapiento»), se ordenó sacerdote a los diecinueve años (1600).
Se estableció en París en 1608, en busca de un beneficio, después de haber sido prisionero de los mahometanos por dos años, en Túnez capturado por los piratas, y de haber convertido a un renegado.
En la situación social de aquel siglo, azotado por la peste y el hambre, Vicente asumió la cura pastoral de una parroquia junto a París (1612), en Clichy, donde reunió a un grupo de jóvenes.   En sus servicios en las galeras, desde 1618, desempeñó un intenso apostolado entre los hombres que trabajaban en los navíos, descendiendo a las bodegas de aquellas cárceles flotantes.
En 1617 se produjo un viraje que marcará su vida de misionero de los campesinos pobres, porque a la cabecera de un labrador moribundo percibió falta de sacramentalización en la Iglesia de su tiempo, más tarde reúne a un grupo de asistencia, para organizar una ayuda más sistemática, de las que luego saldrá la Compañía de las Hijas de la Caridad.   Vicente de Paul funda la Congregación de los Padres de la Misión. Su meta era predicar el Evangelio, a los pobres y en especial a la gente de campo, ayudar a los sacerdotes.
Rápidamente, todas las ciudades de Francia fueron visitadas por los Padres de la Misión, o Padres Lazaristas, como lo llamaban. La formación del clero fue una gran preocupación de Vicente de Paul.   Frente a la miseria que descubría día tras día, Vicente de Paul tenía una gran preocupación: Organizar la caridad.   Así en 1624, encuentra a Luisa de Marillac, pide al señor de Paul guiar su alma, este primero vaciló y luego aceptó.
Bajo la conducción de Luisa de Marillac, funda las Hijas de la Caridad, tendrán como:  * por monasterios, las casas de los enfermos  * por celda, una pieza arrendada  La más célebre de las obras emprendidas, fue la de los niños abandonados. Durante sesenta años Francia se benefició de la caridad incansable de este hombre.   Quebrantado de salud desde 1665, sufrió un ataque de parálisis, permaneciendo lúcido hasta su muerte.
El 10 de agosto de 1736, fue canonizado por el Papa Clemente XII.   El espíritu y el corazón de San Vicente de Paul, guarda toda su vigencia a través de los hombres y mujeres que siguen la misión del gran apóstol de la Caridad.




Oremos  



Señor, tu que adornaste a San Vicente de Paúl con las cualidades de un verdadero apóstol, para que se entregara al servicio de los pobres y a la formación de los ministros de tu Iglesia, concédenos a nosotros que, animados por un celo semejante al suyo, amemos lo que él amó y practiquemos lo que él enseñó. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

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