EVANGELIO DEL DÍA

viernes, 9 de julio de 2010

Manifestarse a favor de Cristo delante de los hombres

EVANGELIO DEL DÍA: 10/07/2010

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68



Sábado de la XIV Semana del Tiempo Ordinario


Libro de Isaías 6,1-8.
El año de la muerte del rey Ozías, yo vi al Señor sentado en un trono elevado y excelso, y las orlas de su manto llenaban el Templo.
Unos serafines estaban de pie por encima de él. Cada uno tenía seis alas: con dos se cubrían el rostro, y con dos se cubrían los pies, y con dos volaban.
Y uno gritaba hacia el otro: "¡Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos! Toda la tierra está llena de su gloria".
Los fundamentos de los umbrales temblaron al clamor de su voz, y la Casa se llenó de humo.
Yo dije: "¡Ay de mí, estoy perdido! Porque soy un hombre de labios impuros, y habito en medio de un pueblo de labios impuros; ¡y mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos!".
Uno de los serafines voló hacia mí, llevando en su mano una brasa que había tomado con unas tenazas de encima del altar.
El le hizo tocar mi boca, y dijo: "Mira: esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido borrada y tu pecado ha sido expiado".
Yo oí la voz del Señor que decía: "¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?". Yo respondí: "¡Aquí estoy: envíame!".

Salmo 93(92),1-2.5.
¡Reina el Señor, revestido de majestad! El Señor se ha revestido, se ha ceñido de poder. El mundo está firmemente establecido: ¡no se moverá jamás!
Tu trono está firme desde siempre, tú existes desde la eternidad.
Tus testimonios, Señor, son dignos de fe, la santidad embellece tu Casa a lo largo de los tiempos.

Evangelio según San Mateo 10,24-33.
El discípulo no es más que el maestro ni el servidor más que su dueño.
Al discípulo le basta ser como su maestro y al servidor como su dueño. Si al dueño de casa lo llamaron Belzebul, ¡cuánto más a los de su casa!
No les teman. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido.
Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas.
No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena.
¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo.
Ustedes tienen contados todos sus cabellos.
No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros.
Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo.
Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres. 
Mt 10,24-33
Leer el comentario del Evangelio por 
San Ambrosio (hacia 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Homilía 20 sobre el salmo 118; CSEL 62, 467s
Manifestarse a favor de Cristo delante de los hombres
     Cada día puedes dar testimonio de Cristo. Estabas tentado por el espíritu de impureza; pero... has creído mejor no ensuciar la castidad del espíritu y del cuerpo: entonces, tú eres mártir, testigo de Cristo... Estabas tentado por el espíritu de orgullo; pero viendo al pobre e indigente, te ha movido un tierna compasión, y has preferido la humildad a la arrogancia; tú eres testigo de Cristo. Mejor aún: no has dado testimonio con tu palabra sino con tu acción.

     ¿Cuál es el testimonio más seguro? «Todo aquel que confiesa que Jesucristo ha venido en carne» (1Jn 4,2) y que observa los preceptos del Evangelio... ¡Cuántos son cada día esos mártires de Cristo, escondidos, que confiesan al Señor Jesús! El apóstol Pablo ha conocido esta clase de martirio y da un testimonio de fe a Cristo cuando dice: «El objeto de nuestro orgullo es el testimonio de nuestra conciencia» (2Co 1,12) Porque ¡cuántos son los que han confesado la fe exteriormente pero la han negado interiormente!... Sé, pues, fiel y valiente en las persecuciones interiores para, así, triunfar en la exteriores. Igualmente ocurre con las persecuciones de dentro, las hay «de reyes y de gobernantes», jueces de un poder temible. Un ejemplo de ello lo tienes en las tentaciones del Señor.



sábado 10 Julio 2010

Santas Justa y Rufina



Fueron hermanas carnales, nacidas en Sevilla, Justa en 268 y Rufina en 270, de familia muy modesta con firmes convicciones cristianas, se dedicaban al oficio de alfareras.[Nota 1] En la época que vivieron dominaba el Imperio Romano gran parte del mundo por ellos conocido. En estos tiempos paganos, las hermanas dedicaban su tiempo a ayudar al prójimo y al conocimiento del Evangelio. [1]
Era costumbre celebrar una vez al año una fiesta pagana en honor a Venus en la que se rememoraba el fallecimiento del admirado Adonis. Se recorrían las calles de la ciudad pidiendo limosnas para la fiesta. En cierta ocasión, los paganos llegaron a casa de Justa y Rufina solicitando el dinero correspondiente, pero las hermanas se negaron a pagarlo por ser el fin de éste contrario a su fe, y no sólo esto sino que decidieron hacer añicos la figura de la diosa entre ambas, provocando de esta manera el enfado general de las devotas que se lanzaron hacia ellas.
El prefecto de Sevilla, Diogeniano, mandó encarcelarlas, animándolas a abandonar sus creencias cristianas si no querían ser víctimas del martirio.[2] Las santas se negaron a pesar de las amenazas. Sufrieron el tormento del potro para a continuación ser torturadas con garfios de hierro. Diogeniano esperaba que el trato que se le daba sería suficiente para que renunciaran a su fe, ellas aguantaron todo. Viendo que no surtió efecto el castigo las encerró en una tenebrosa cárcel donde sufrirían las penalidades del hambre y la sed.
Estoicamente sobrevivieron a su condena, por lo que fueron castigadas de nuevo, esta vez debían caminar descalzas hasta llegar a Sierra Morena. Tuvieron la suficiente fuerza para conseguir el objetivo. Viendo que nada las vencía mandó encarcelarlas hasta morir, la primera en fallecer fue Santa Justa, su cuerpo lo tiraron a un pozo, recuperado poco tiempo después por el obispo Sabino.
Una vez que hubo acabado con la vida de Justa, Diogeniano creyó que Rufina sucumbiría a sus deseos con más facilidad, pero no lo consiguió, y decidió acabar con su vida de la forma más lúgubre en aquellos tiempos, la llevó al anfiteatro y la dejó a expensas de un león para que la destrozase. La bestia se acercó y lo más que hizo fue mover la cola y lamer sus vestiduras como haría un animal de compañía. El Prefecto no aguantó más, la mandó degollar y quemar su cuerpo. Nuevamente tras este hecho el obispo Sabino recogió los restos y la enterró junto a su hermana en el año 287.
Por tan cristiana acción, fueron canonizadas. Se les nombró Patronas de Sevilla, y de los gremios de alfareros y cacharreros. También son veneradas como patronas de otras localidades, por ejemplo Orihuela, donde la leyenda cuenta que las santas se aparecieron en forma de dos luceros sobre la sierra de Orihuela tra la conquista cristiana sobre los musulmanes.También son patronas de Payo de Ojeda en Palencia y de la ciudad conquense de Huete.
Las santas Justa y Rufina son especialmente veneradas en Sevilla. La tradición las señala como protectoras de la GiraldaCatedral, considerando que por su intercesión no cayeron tras los terremotos de 1504, 1655 y el terremoto de Lisboa de 1755. De esta manera, suelen estar representadas junto la Giralda, portando palmas como símbolo del martirio y con diferentes objetos de barro en alusión a su profesión de alfareras. En la propia Catedral, el altar más cercano a la Giralda está dedicado a las Santas y en él figuran sus esculturas, que proceden de la Iglesia del Salvador (Sevilla) y fueron realizadas por Pedro Duque y Cornejo en 1728. 

  1. ↑  Henrique Florez. (ed.): «España Sagrada. Tomo IX. De la provincia antigua de la Betica. Segunda edición (1777). Capitulo XI. Pagina 309 y siguientes.».
  2. ↑  Sebastián de Miñano. (ed.): «Diccionario geografico estadistico de España y Portugal (1827). Tomo IX.».
  3. ↑ Manuel Sotomayor, Teodoro González García: Historia de la Iglesia en España, (Siglos I-VIII). Biblioteca de Autores Cristianos, 1979.ISBN 84-220-0906-4

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