EVANGELIO DEL DÍA

lunes, 10 de mayo de 2010

« Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; en cambio, si me voy, os lo enviaré »



EVANGELIO DEL DÍA: 11/05/2010
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


Martes de la VI Semana de Pascua

Libro de los Hechos de los Apóstoles 16,22-34.
La multitud se amotinó en contra de ellos, y los magistrados les hicieron arrancar la ropa y ordenaron que los azotaran.
Después de haberlos golpeado despiadadamente, los encerraron en la prisión, ordenando al carcelero que los vigilara con mucho cuidado.
Habiendo recibido esta orden, el carcelero los encerró en una celda interior y les sujetó los pies en el cepo.
Cerca de la medianoche, Pablo y Silas oraban y cantaban las alabanzas de Dios, mientras los otros prisioneros los escuchaban.
De pronto, la tierra comenzó a temblar tan violentamente que se conmovieron los cimientos de la cárcel, y en un instante, todas las puertas se abrieron y las cadenas de los prisioneros se soltaron.
El carcelero se despertó sobresaltado y, al ver abiertas las puertas de la prisión, desenvainó su espada con la intención de matarse, creyendo que los prisioneros se habían escapado.
Pero Pablo le gritó: "No te hagas ningún mal, estamos todos aquí".
El carcelero pidió unas antorchas, entró precipitadamente en la celda y, temblando, se echó a los pies de Pablo y de Silas.
Luego los hizo salir y les preguntó: "Señores, ¿qué debo hacer para alcanzar la salvación?".
Ellos le respondieron: "Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y toda tu familia".
En seguida le anunciaron la Palabra del Señor, a él y a todos los de su casa.
A esa misma hora de la noche, el carcelero los atendió y curó sus llagas. Inmediatamente después, fue bautizado junto con toda su familia.
Luego los hizo subir a su casa y preparó la mesa para festejar con los suyos la alegría de haber creído en Dios.

Salmo 138(137),1-3.7-8.
De David. Te doy gracias, Señor, de todo corazón, te cantaré en presencia de los ángeles.
Me postraré ante tu santo Templo, y daré gracias a tu Nombre por tu amor y tu fidelidad, porque tu promesa ha superado tu renombre.
Me respondiste cada vez que te invoqué y aumentaste la fuerza de mi alma.
Si camino entre peligros, me conservas la vida, extiendes tu mano contra el furor de mi enemigo, y tu derecha me salva.
El Señor lo hará todo por mí. Tu amor es eterno, Señor, ¡no abandones la obra de tus manos!

Evangelio según San Juan 16,5-11.
Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: '¿A dónde vas?'.
Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido.
Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré.
Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio.
El pecado está en no haber creído en mí.
La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán.
Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado. 
Jn 16,5-11
Leer el comentario del Evangelio por 
Cardenal John Henry Newman (1801-1890), presbítero, fundador de comunidad religiosa, teólogo
Meditaciones y Devociones, c. 14: El Paráclito, 3
« Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; en cambio, si me voy, os lo enviaré »
     Dios mío, eterno Paráclito, te adoro, Luz y Vida. Hubieras podido contentarte enviándome, desde fuera, buenos pensamientos, la gracia que los inspira y los realiza; hubieras podido conducirme así a lo largo de mi vida, purificándome solo por la acción del todo interior en el momento de mi paso al otro mundo. Pero, en tu infinita compasión, has entrado en mi alma; desde el principio has tomado posesión de ella y has hecho, de ella, tu templo. Por tu gracia habitas en mí de manera inefable, me unes a ti y a toda la asamblea de ángeles y santos. Más aún, estás personalmente presente en mí no sólo por tu gracia sino por tu mismo ser, como si, conservando mi personalidad, yo estuviera, en cierta manera, absorbido en ti ya desde esta vida. Y puesto que has tomado posesión de mi mismo cuerpo en su debilidad, él es, pues, tu templo (1C 6,19). ¡Verdad sorprendente y temible! ¡Oh Dios mío, lo creo, lo sé!
     ¿Es posible que yo peque estando Tú tan íntimamente presente en mí? ¿Puedo olvidar que estás conmigo, que estás en mí? ¿Puedo echar fuera a este huésped divino porque abomina, sobre todo, la única cosa en el mundo que le ofende, la sola realidad que no sea la suya?... Dios mío, tengo una doble seguridad contra el pecado: primero, el temor de una tal profanación, en tu presencia, de todo lo que tú eres en mí; después, la confianza en que esta misma presencia me guardará del mal... En las pruebas y en la tentación, te llamaré... Gracias a ti, no te abandonaré jamás.

                    



martes 11 Mayo 2010

San Mamerto de Viena



En Vienne, en la Galia Lugdunense, san Mamerto, obispo, que, con  motivo de una inminente desgracia, instituyó en esta ciudad unas  solemnes letanías para el triduo preparatorio de la fiesta de la  Ascensión del Señor (c. 475).
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Fray Mamerto Esquiú
"Inspiradas y sazonadas con tal  virtud sus palabras obraban verdaderas maravillas, y la fama de su  nombre corría por todas partes "
Nació el 11 de mayo de 1826 en La Callecita (Piedra Blanca) al  pie del Ambato nevado, a pocos kilómetros de la Capital, bajo un techo  de paja. Era el día de San Mamerto y la iglesia celebraba la fiesta de  la Ascensión. Fray Francisco Cortez misionero y amigo de la familia lo  bautizó; y le dijo a la madre de Esquiú, antes de que este naciera, que  sería obispo.
Sus padres fueron Santiago Esquiú, soldado catalán  enviado por España al Río de la Plata que combatió en el alto Perú hasta  ser hecho prisionero por los patriotas; su madre María de las Nieves  Medina criolla catamarqueña.
Después de 7 años, en Córdoba, los peritos  terminaron con la revisión histórica, pero tiene que ser aprobada aun  por la Santa Sede. Terminaron en octubre de 2000 y entregaron 8 cajas de  material que el padre Jorge Martínez - sacerdote franciscano y vice  postulador de la causa de Beatificación de Fray M.Esquiú - entregó a la  Santa Sede, en Roma para revisar nuevamente el material.
El proceso  comienza en 1926 Esquiú en cierto modo, no tuvo mucha suerte en cuanto  al proceso. Primero hubo una confusión se había iniciado en Córdoba,  después se hizo aquí, en Catamarca, un proceso que no tuvo valor. Luego  vino la segunda guerra mundial y eso también la detuvo. Cuando ésta  terminó, la causa fue retomada pero de los tres teólogos que debían  hacer juicio de los escritos de Esquiú, dos son favorables y uno es  contrario. Esto hace que la causa se detenga y PÍO XII, el Papa que  estaba en ese momento, archiva el proceso.
En 1957, el embajador  Manuel del Río pide permiso para reabrir la causa y Juan XXIII se lo  otorga en 1958. Él revé todo y hace la defensa, pero al morir, al  proceso lo ve Pablo VI, quien aprobó la defensa y así pudo retomar  nuevamente la causa en 1964.
Luego en Catamarca, el padre Bernardo  Martínez trabajo mucho en la causa, reactivó el proceso, logró el  reconocimiento de los restos de Esquiú en la Catedral de Córdoba y pidió  la opinión de los nuevos teólogos. Como había sido una causa detenida,  en vez de volver atrás pusieron seis teólogos y los seis aprobaron y  recomendaron su Beatificación en 1978.
En 1979 se logra la prueba  que no hubo culto especial sobre Esquiú, porque el culto también detiene  la causa de Beatificación. Entonces todo estuvo acorde para presentar  lo que se llamó la disquisición histórica, es decir un estudio  histórico. En ese momento lo tomaron tres licenciados de historia, ellos  hicieron el trabajo, pero parece que no estaban informados de todo el  proceso jurídico y lo terminaron muy tarde, recién en 1990.
Fue  entonces cuando el Cardenal pide al padre Jorge Martínez que se ocupe  del tema, quien ese momento se ocupaba como Rector de la Universidad de  Mendoza. Viajo a Roma e inició una investigación más profunda y en 1993  verifica que desde 1978 la causa se había detenido bastante y que  prácticamente estaba parada.




Oremos

Señor, tú que colocaste a San Mamerto en el número de los santos pastores y lo hiciste brillar por el ardor de la caridad y de aquella fe que vence al mundo, haz que también nosotros, por su intercesión, perseveremos firmes en la fe y arraigados en el amor y merezcamos así participar de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. 




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