EVANGELIO DEL DÍA

sábado, 22 de mayo de 2010

«Y vosotros sois testigos de esto»

EVANGELIO DEL DÍA: 23/05/2010
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


Domingo de Pentecostés - Solemnidad

Libro de los Hechos de los Apóstoles 2,1-11.
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar.
De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban.
Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos.
Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.
Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo.
Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua.
Con gran admiración y estupor decían: "¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos?
¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua?
Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor,
en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma,
judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios".

Salmo 104,1.24.29-30.31.34.
Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! Estás vestido de esplendor y majestad
¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡Todo lo hiciste con sabiduría, la tierra está llena de tus criaturas!
Si escondes tu rostro, se espantan; si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo.
Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra.
¡Gloria al Señor para siempre, alégrese el Señor por sus obras!
que mi canto le sea agradable, y yo me alegraré en el Señor.

Carta I de San Pablo a los Corintios 12,3-7.12-13.
Por eso les aseguro que nadie, movido por el Espíritu de Dios, puede decir: "Maldito sea Jesús". Y nadie puede decir: "Jesús es el Señor", si no está impulsado por el Espíritu Santo.
Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu.
Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor.
Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos.
En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común.
Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo.
Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo -judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.

Evangelio según San Juan 20,19-23.
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". 

Jn 20,19-23
Leer el comentario del Evangelio por 
San Antonio de Padua (hacia 1195-1231), franciscano, doctor de la Iglesia
Sermones para el domingo y las fiestas de los santos
«Y vosotros sois testigos de esto»
     Pentecostés es la palabra griega que significa «cincuentena». Este día cincuenta que celebraba el pueblo judío, se contaba a partir del día que habían inmolado el cordero pascual; y eso era porque, cincuenta días después de la salida de Egipto, la Ley fue dada sobre la cumbre ardiente del monte Sinaí. De igual manera, en el Nuevo Testamento, cincuenta días después de la Pascua de Cristo, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles y se les apareció en forma de lenguas de fuego. La Ley fue dada en el monte Sinaí, el Espíritu en el monte Sión; la Ley en la cima del monte, el Espíritu en el Cenáculo.

     «Todos los discípulos estaba juntos el día de Pentecostés. De repente, un ruido del cielo»... Tal como lo dice un  salmo: «el correr de las acequias alegra la ciudad de Dios» (45,5). Un gran ruido acompaña la llegada de aquel que venía a enseñar a los fieles. Fijaos como eso está de acuerdo con lo que leemos en el Éxodo: «Al tercer día, al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un poderoso resonar de trompeta; y todo el pueblo que estaba en el campamento se echó a temblar» (19,6). El primer día fue la encarnación de Cristo; el segundo día, su Pasión; el tercer día el envío del Espíritu Santo. Llega ese día: se oye el trueno, hay un gran ruido, brillan los relámpagos –los milagros de los apóstoles-; un nube espesa –la compunción del corazón y la penitencia- cubre la montaña, el pueblo de Jerusalén (Hch 2,37-38)...

     «Vieron aparecer unas lenguas como llamaradas de fuego». Unas lenguas, las de la serpiente, de Eva y Adán, habían hecho entrar la muerte en este mundo... Por eso el Espíritu aparece en forma de lenguas, oponiendo lenguas a lenguas, curando a través del fuego el veneno mortal... «Y empezaron a hablar». Este es el signo de la plenitud; el vaso lleno hasta rebosar; el fuego que no se puede contener... Estas diversas lenguas son las diferentes lecciones que nos ha dejado Cristo, como son la humildad, la pobreza, la paciencia, la obediencia. Hablamos estas diversas lenguas cuando damos ejemplo de estas virtudes al prójimo. La palabra es viva cuando hablan las obras. ¡Hagamos hablar a las obras! 


domingo 23 Mayo 2010

Venida del Espíritu Santo

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Pentecostés

Origen de la fiesta

Los judíos celebraban una fiesta para  dar gracias por las cosechas, 50 días después de la  pascua. De ahí viene el nombre de Pentecostés. Luego, el  sentido de la celebración cambió por el dar gracias por  la Ley entregada a Moisés.

En esta fiesta recordaban el día  en que Moisés subió al Monte Sinaí y recibió las  tablas de la Ley y le enseñó al pueblo de  Israel lo que Dios quería de ellos. Celebraban así, la  alianza del Antiguo Testamento que el pueblo estableció con Dios:  ellos se comprometieron a vivir según sus mandamientos y Dios  se comprometió a estar con ellos siempre.

La gente venía de  muchos lugares al Templo de Jerusalén, a celebrar la fiesta  de Pentecostés.

En el marco de esta fiesta judía es donde  surge nuestra fiesta cristiana de Pentecostés.

La Promesa del  Espíritu Santo

Durante la Última Cena, Jesús les promete a sus  apóstoles: “Mi Padre os dará otro Abogado, que estará con  vosotros para siempre: el espíritu de Verdad” (San Juan 14,  16-17).

Más adelante les dice: “Les he dicho estas cosas mientras  estoy con ustedes; pero el Abogado, El Espíritu Santo, que  el Padre enviará en mi nombre, ése les enseñará todo  y traerá a la memoria todo lo que yo les  he dicho.”(San Juan 14, 25-26).

Al terminar la cena, les  vuelve a hacer la misma promesa: “Les conviene que yo  me vaya, pues al irme vendrá el Abogado,... muchas cosas  tengo todavía que decirles, pero no se las diré ahora.  Cuando venga Aquél, el Espíritu de Verdad, os guiará hasta  la verdad completa,... y os comunicará las cosas que están  por venir” (San Juan 16, 7-14).

En el calendario del  Año Litúrgico, después de la fiesta de la Ascensión, a  los cincuenta días de la Resurrección de Jesús, celebramos la  fiesta de Pentecostés.

Explicación de la fiesta:

Después de la Ascensión  de Jesús, se encontraban reunidos los apóstoles con la Madre  de Jesús.  Era el día de la fiesta de  Pentecostés. Tenían miedo de salir a predicar. Repentinamente, se escuchó  un fuerte viento y pequeñas lenguas de fuego se posaron  sobre cada uno de ellos.

Quedaron llenos del Espíritu Santo  y empezaron a hablar en lenguas desconocidas.

En esos días, había  muchos extranjeros y visitantes en Jerusalén, que venían de todas  partes del mundo a celebrar la fiesta de Pentecostés judía.  Cada uno oía hablar a los apóstoles en su propio  idioma y entendían a la perfección lo que ellos hablaban.

Todos  ellos, desde ese día, ya no tuvieron miedo y salieron  a predicar a todo el mundo las enseñanzas de Jesús.  El Espíritu Santo les dio fuerzas para la gran misión  que tenían que cumplir: Llevar la palabra de Jesús a  todas las naciones, y bautizar a todos los hombres en  el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Es  este día cuando comenzó a existir la Iglesia como tal.

¿Quién es el Espírtu Santo?

El Espíritu Santo es Dios, es  la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia nos  enseña que el Espíritu Santo es el amor que existe  entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan  grande y tan perfecto que forma una tercera persona.   El Espíritu Santo llena nuestras almas en el Bautismo y  después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor  divino de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar  a Dios y al prójimo. El Espíritu Santo nos ayuda  a cumplir nuestro compromiso de vida con Jesús.
Señales del Espíritu  Santo:

El viento, el fuego, la paloma.

Estos símbolos nos  revelan los poderes que el Espíritu Santo nos da: El  viento es una fuerza invisible pero real. Así es el  Espíritu Santo. El fuego es un elemento que limpia. Por  ejemplo, se prende fuego al terreno para quitarle las malas  hierbas y poder sembrar buenas semillas. En los laboratorios médicos  para purificar a los instrumentos se les prende fuego.

El Espíritu  Santo es una fuerza invisible y poderosa que habita en  nosotros y nos purifica de nuestro egoísmo para dejar paso  al amor.

Nombres del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo ha recibido  varios nombres a lo largo del nuevo Testamento: el Espíritu  de verdad, el Abogado, el Paráclito, el Consolador, el Santificador.

Misión del Espíritu Santo:
  1. El Espíritu Santo es santificador: Para que  el Espíritu Santo logre cumplir con su función, necesitamos entregarnos  totalmente a Él y dejarnos conducir dócilmente por sus inspiraciones  para que pueda perfeccionarnos y crecer todos los días en  la santidad.
  2. El Espíritu Santo mora en nosotros: En San Juan  14, 16, encontramos la siguiente frase: “Yo rogaré al Padre  y les dará otro abogado que estará con ustedes para  siempre”.  También, en I Corintios 3. 16 dice: “¿No  saben que son templo de Dios y que el Espíritu  Santo habita en ustedes?”.  Es por esta razón que  debemos respetar nuestro cuerpo y nuestra alma. Está en   nosotros para obrar porque es “dador de vida” y es  el amor. Esta aceptación está condicionada a nuestra aceptación y  libre colaboración. Si nos entregamos a su acción amorosa y  santificadora, hará maravillas en nosotros.
  3. El Espíritu Santo ora en nosotros:  Necesitamos de un gran silencio interior y de una profunda  pobreza espiritual para pedir que ore en nosotros el Espíritu  Santo. Dejar que Dios ore en nosotros siendo dóciles al  Espíritu. Dios interviene para bien de los que le aman.
  4. El Espíritu Santo nos lleva a la verdad plena, nos  fortalece para que podamos ser testigos del Señor, nos muestra  la maravillosa riqueza del mensaje cristiano, nos llena de amor,  de paz, de gozo, de fe y de creciente esperanza.

El Espíritu Santo y la Iglesia:

Desde la fundación de la  Iglesia el día de Pentecostés, el Espíritu Santo es quien  la construye, anima y santifica, le da vida y unidad  y la enriquece con sus dones.
El Espíritu Santo sigue  trabajando en la Iglesia de muchas maneras distintas, inspirando, motivando  e impulsando a los cristianos, en forma individual o como  Iglesia entera, al proclamar la Buena Nueva de Jesús.
Por ejemplo,  puede inspirar al Papa a dar un mensaje importante a  la humanidad; inspirar al obispo de una diócesis para promover  un apostolado; etc.

El Espíritu Santo asiste especialmente al representante de  Cristo en la Tierra, el Papa, para que guíe rectamente  a la Iglesia y cumpla su labor de pastor del  rebaño de Jesucristo.
El Espíritu Santo construye, santifica y da vida  y unidad a la Iglesia.
El Espíritu Santo tiene el  poder de animarnos y santificarnos y lograr en nosotros actos  que, por nosotros, no realizaríamos. Esto lo hace a través  de sus siete dones.

Los siete dones del Espíritu  Santo: 

Estos dones son regalos de Dios y sólo con  nuestro esfuerzo no podemos hacer que crezcan o se desarrollen.  Necesitan de la acción directa del Espíritu Santo para poder  actuar con ellos.
  1. SABIDURÍA: Nos permite entender, experimentar y saborear las  cosas divinas,  para poder juzgarlas rectamente.
  2. ENTENDIMIENTO: Por él, nuestra  inteligencia se hace apta para entender intuitivamente las verdades reveladas  y las naturales de acuerdo al fin sobrenatural que tienen.  Nos ayuda a entender el por qué de las cosas  que nos manda Dios.
  3. CIENCIA: Hace capaz a nuestra inteligencia de  juzgar rectamente las cosas creadas de acuerdo con su fin  sobrenatural. Nos ayuda a pensar bien y a entender con  fe las cosas del mundo.
  4. CONSEJO: Permite que el alma intuya  rectamente lo que debe de hacer en una circunstancia determinada.  Nos ayuda a ser buenos consejeros de los demás, guiándolos  por el camino del bien.
  5. FORTALEZA: Fortalece al alma para practicar  toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en superar  los mayores peligros o dificultades que puedan surgir. Nos ayuda  a no caer en las tentaciones que nos ponga el  demonio.
  6. PIEDAD: Es un regalo que le da Dios al alma  para ayudarle a amar a Dios como Padre y a  los hombres como hermanos, ayudándolos y respetándolos.
  7. TEMOR DE DIOS: Le  da al alma la docilidad para apartarse del pecado por  temor a disgustar a Dios que es su supremo bien.  Nos ayuda a respetar a Dios, a darle su lugar  como la persona más importante y buena del mundo, a  nunca decir nada contra Él.






Oración al Espíritu Santo 

Ven  Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende  en ellos el fuego de tu amor; envía Señor tu  Espíritu Creador y se renovará la faz de la tierra.
OH  Dios, que quisiste ilustrar los corazones de tus fieles con  la luz del Espíritu Santo, concédenos que, guiados por este  mismo Espíritu, obremos rectamente y gocemos de tu consuelo.
Por Jesucristo,  nuestro Señor
Amén.


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