EVANGELIO DEL DÍA

martes, 16 de noviembre de 2010

Los dones de Dios y la libertad del hombre

EVANGELIO DEL DÍA: 17/11/2010
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


Miércoles de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario


Apocalipsis 4,1-11.
Después tuve la siguiente visión: Había una puerta abierta en el cielo, y la voz que había escuchado antes, hablándome como una trompeta, me dijo: "Sube aquí, y te mostraré las cosas que deben suceder en seguida".
En ese mismo momento, fui arrebatado por el Espíritu y vi en el cielo un trono, en el cual alguien estaba sentado.
El que estaba sentado tenía el aspecto de una piedra de jaspe y de ágata. Rodeando el trono, vi un arco iris que tenía el aspecto de la esmeralda.
Y alrededor de él, había otros veinticuatro tronos, donde estaban sentados veinticuatro Ancianos, con túnicas blancas y coronas de oro en la cabeza.
Del trono salían relámpagos, voces y truenos, y delante de él ardían siete lámparas de fuego, que son los siete Espíritus de Dios.
Frente al trono, se extendía como un mar transparente semejante al cristal. En medio del trono y alrededor de él, había cuatro Seres Vivientes, llenos de ojos por delante y por detrás.
El primer Ser Viviente era semejante a un león; el segundo, a un toro; el tercero tenía rostro humano; y el cuarto era semejante a un águila en pleno vuelo.
Cada uno de los cuatro Seres Vivientes tenía seis alas y estaba lleno de ojos por dentro y por fuera. Y repetían sin cesar, día y noche: "Santo, santo, santo es el Señor Dios, el Todopoderoso, el que era, el que es y el que vendrá".
Y cada vez que los Seres Vivientes daban gloria, honor y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos,
los veinticuatro Ancianos se postraban ante él para adorarlo, y ponían sus coronas delante del trono, diciendo:
"Tú eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder. Porque has creado todas las cosas: ellas existen y fueron creadas por tu voluntad".

Salmo 150(149),1-2.3-4.5-6.
¡Aleluya! Alaben a Dios en su Santuario, alábenlo en su poderoso firmamento;
Alábenlo por sus grandes proezas, alábenlo por su inmensa grandeza.
Alábenlo con toques de trompeta, alábenlo con el arpa y la cítara;
alábenlo con tambores y danzas, alábenlo con laudes y flautas.
Alábenlo con platillos sonoros, alábenlo con platillos vibrantes,
¡Que todos los seres vivientes alaben al Señor! ¡Aleluya!

Evangelio según San Lucas 19,11-28.
Como la gente seguía escuchando, añadió una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el Reino de Dios iba a aparecer de un momento a otro.
El les dijo: "Un hombre de familia noble fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar en seguida.
Llamó a diez de sus servidores y les entregó cien monedas de plata a cada uno, diciéndoles: 'Háganlas producir hasta que yo vuelva'.
Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de decir: 'No queremos que este sea nuestro rey'.
Al regresar, investido de la dignidad real, hizo llamar a los servidores a quienes había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno.
El primero se presentó y le dijo: 'Señor, tus cien monedas de plata han producido diez veces más'.
'Está bien, buen servidor, le respondió, ya que has sido fiel en tan poca cosa, recibe el gobierno de diez ciudades'.
Llegó el segundo y le dijo: 'Señor, tus cien monedas de plata han producido cinco veces más'.
A él también le dijo: 'Tú estarás al frente de cinco ciudades'.
Llegó el otro y le dijo: 'Señor, aquí tienes tus cien monedas de plata, que guardé envueltas en un pañuelo.
Porque tuve miedo de ti, que eres un hombre exigente, que quieres percibir lo que no has depositado y cosechar lo que no has sembrado'.
El le respondió: 'Yo te juzgo por tus propias palabras, mal servidor. Si sabías que soy un hombre exigentes, que quiero percibir lo que no deposité y cosechar lo que no sembré,
¿por qué no entregaste mi dinero en préstamo? A mi regreso yo lo hubiera recuperado con intereses'.
Y dijo a los que estaban allí: 'Quítenle las cien monedas y dénselas al que tiene diez veces más'.
'¡Pero, señor, le respondieron, ya tiene mil!'.
Les aseguro que al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene.
En cuanto a mis enemigos, que no me han querido por rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia".
Después de haber dicho esto, Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén. 
 Lc 19,11-28
Leer el comentario del Evangelio por 
Orígenes (hacia 185-253), presbítero y teólogo
Homilías sobre el Libro de los Números, nº 12, §3
Los dones de Dios y la libertad del hombre
     ¿Tiene el hombre algo que ofrecer a Dios? Sí, su fe y su amor. Es esto lo que Dios pide al hombre tal como está escrito: «Ahora, Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y lo ames, que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma, que guardes los preceptos del Señor, tu Dios, y los mandatos que yo te mando hoy» (Dt 10,12). Estas son las ofrendas, estos son los dones que debe presentar al Señor. Y para ofrecerle estos dones con todo el corazón es preciso que antes le conozca; es preciso haber bebido antes del conocimiento de su bondad en las aguas profundas de su pozo...

     ¡Al escuchar estas palabras deben enrojecer los que niegan que la salvación del hombre está en poder de su libertad! ¿Acaso Dios podría pedir alguna cosa al hombre si éste no fuera capaz de responder a la petición de Dios y poderle ofrecer lo que le debe? Porque el don de Dios existe, pero también debe existir la contribución del hombre. Por ejemplo, estaba en poder del hombre que una moneda de oro produjera otras diez o que produjera otras cinco; pero pertenece a Dios el que el hombre posea esta moneda de oro con la cual ha podido ganar otras diez. Cuando el hombre  ha presentado a Dios las otras diez monedas de oro ganadas por él, ése ha recibido un nuevo don, esta vez no de plata, sino el poder y la realeza sobre diez ciudades.   

     Igualmente, Dios pidió a Abrahán que le ofreciera su hijo Isaac sobre la montaña que él le indicaría. Y Abrahán, sin dudar, ofreció a su hijo único: lo colocó sobre el altar y empuño el cuchillo para degollarlo; pero inmediatamente una voz lo retuvo y se le dio un carnero para inmolarlo en lugar de su hijo (Gn 22). Ya lo ves: lo que ofrecemos a Dios queda para nosotros; pero se nos pide la ofrenda a fin de que, presentándola, demos testimonio de nuestro amor a Dios y de nuestra fe en él. 

miércoles 17 Noviembre 2010

Santa Isabel de Hungría



SANTA ISABEL DE HUNGRÍA
Su vida ha sido entretejida de leyendas, fruto de la veneración, de la admiración y de la fantasía, que plasman facetas importantes de su personalidad. Pero nos interesa más la historia que se esconde detrás de las leyendas. Queremos conocer su personalidad, su genio, su santidad única y provocativa. Las leyendas que envuelven su persona son los colores vivos de su imagen, son la metáfora de los hechos; no las podemos tampoco desechar.
¿Quién fue Isabel? Una princesa de Hungría que nació en 1207, hija del rey Andrés II y de Gertrudis de Andechs-Merano. Según la tradición húngara, nació en el castillo de Sárospatak, uno de los preferidos por la familia real, al norte de Hungría. Como fecha, la tradición suele indicar el 7 de julio. Podemos retener como seguro sólo el año.
Siguiendo los usos vigentes entre la nobleza medieval, Isabel fue prometida como esposa a un príncipe alemán de Turingia. A la edad de cuatro años (1211), fue confiada a la delegación germana que fue a recogerla en Presburgo, entonces la plaza fuerte más occidental del reino de Hungría.
Fue educada en la corte de Turingia, junto a los otros hijos de la familia condal y junto al que sería su esposo, como era costumbre entonces. Se casó a los catorce años con Luis IV, landgrave o gran conde de Turingia. Tuvo tres hijos. Enviudó a los veinte años. Murió a los 24, en 1231. Fue canonizada por Gregorio IX en 1235. Un récord de vida densa y crucificada, para escalar la santidad más elevada y ser propuesta como ejemplo imperecedero de abnegación y entrega.
Hay un malentendido arraigado entre el pueblo cristiano, debido a las leyendas y biografías populares poco rigurosas, que sostienen que Isabel fue reina de Hungría. Pues bien, jamás fue reina ni de Hungría ni de Turingia, sino princesa de Hungría y gran condesa o landgrave de Turingia, en Alemania. Tradicionalmente se representa a Isabel con una corona que usaba no como reina, sino como princesa o gran condesa.
Las compañeras y doncellas de Isabel nos cuentan que su peregrinación hacia Dios empezó en la tierna infancia: sus juegos, sus ilusiones, sus oraciones apuntan desde sus primeros años hacia un más allá.
En 1221, a los 14 años, se casó con el landgrave Luis IV de Turingia. Luis e Isabel habían crecido juntos y se trataban como hermanos. La boda tuvo lugar en la iglesia de San Jorge de Eisenach.
Hasta 1227, Isabel fue ejemplar esposa, madre y landgrave o gran condesa de Turingia, una de las mujeres de más alta alcurnia del imperio.
Las relaciones matrimoniales entre ellos no fueron según el estilo común de la época, de ordinario marcadas por razones políticas o de conveniencia, sino de afecto auténtico, conyugal y fraterno.
De casada, Isabel dedicaba mucho tiempo a la oración en las altas horas de la noche, en la misma cámara matrimonial. Sabía que se debía a Luis totalmente, pero había oído ya la invitación del "otro esposo": "Sígueme". De este amor con dos vertientes manaba, sin embargo, un profundo gozo y plena satisfacción, no el conflicto de una escisión interior. Dios era el valor supremo e incondicional que alentaba todos los otros amores al esposo, a los hijos, a los pobres.
El milagro de las rosas que ha tejido la leyenda, no expresa bien estas relaciones matrimoniales. Cuando Isabel se vio sorprendida por su esposo con la falda cargada de panes, no tenía motivo alguno para esconder sus propósitos misericordiosos al marido. No tenía razón de ser que aquellos panes se convirtieran en rosas. Dios no hace milagros inútiles.
Isabel tuvo tres hijos: Germán, el heredero del trono, Sofía y Gertrudis; ésta última nació cuando ya había muerto su esposo (1227), víctima de la peste, como cruzado camino de Tierra Santa. Ella contaba solamente 20 años.
Con la muerte de Luis, murió también la gran condesa y se acentuó la hermana penitente. Se discute entre los biógrafos si fue echada del castillo de Wartburgo o se marchó. La respuesta a su soledad y al abandono fue el canto de agradecimiento que pidió entonar en la capilla de los Franciscanos, el Te Deum.
Isabel de Hungría es la figura femenina que más genuinamente encarna el espíritu penitencial de Francisco. Había ya numerosos penitentes franciscanos; muchos hombres y mujeres del pueblo seguían la vida penitencial marcada por san Francisco y predicada por sus frailes.
Los hermanos menores llegaron a Eisenach, la capital de Turingia, a finales de 1224 o principios de 1225. En el castillo de Wartburgo residía la corte del gran ducado, presidida por Luis e Isabel.
La predicación de los frailes menores entre el pueblo, predicación que habían aprendido de Francisco de Asís, consistía en exhortar a la vida de penitencia, es decir, a abandonar la vida mundana, a practicar la oración y la mortificación, y a ejercitarse en las obras de misericordia. Este estilo de vida lo describe Francisco en la Carta a todos los fieles penitentes.
Un tal fray Rodrigo introdujo en la vida de penitencia a Isabel, ya predispuesta para los valores del espíritu. Los testimonios de su franciscanismo, que aparecen en las fuentes isabelinas, son innegables:
-- Consta que Isabel cedió a los frailes franciscanos una capilla en Eisenach.
-- También, que hilaba lana para el sayal de los frailes menores.
-- Cuando fue expulsada de su castillo, sola y abandonada, acudió a los Franciscanos para que cantaran un Te Deum en acción de gracias a Dios.
-- El Viernes Santo día 24 de marzo de 1228, puestas las manos sobre el altar desnudo, hizo profesión pública en la capilla franciscana. Asumió el hábito gris de penitente como signo externo.
-- Las cuatro doncellas, interrogadas en el proceso de canonización, también tomaron este hábito gris. Esta "túnica vil", con la que Isabel quiso ser sepultada, significaba que la profesión religiosa le había conferido una nueva identidad.
-- El hospital que fundó en Marburgo (1229) lo puso bajo la protección de san Francisco, canonizado pocos meses antes.
-- El autor anónimo cisterciense de Zwettl (1236), afirma que "vistió el hábito gris de los Frailes Menores".
El empeño demostrado por Isabel en vivir la pobreza, regalarlo todo y dedicarse a la mendicidad, ¿no eran las exigencias de Francisco a sus seguidores?
Estos testimonios vienen corroborados por otras fuentes que ilustran la vida penitencial de Isabel, tales como las reglas y otros documentos franciscanos, el Memoriale propositi o regla antigua de los penitentes, las semejanzas o conformidades entre Isabel y Francisco.
En las fuentes biográficas encontramos dos profesiones de Isabel y dos maneras de hacer la profesión que estaban en uso entonces. Con la primera entró en la Orden de la Penitencia, todavía en vida de su esposo. Con sus manos en las manos del visitador, Conrado de Marburgo, prometió obediencia y continencia. Conrado era un predicador de la cruzada, pobre y austero, probablemente sacerdote secular. Isabel, con el consentimiento de Luis, lo eligió personalmente porque era pobre. Los visitadores no tenían que ser necesariamente franciscanos. San Francisco, en la Regla no bulada (1221), ordena que "ninguna mujer en absoluto sea recibida a la obediencia por algún hermano, sino que, una vez aconsejada espiritualmente, haga penitencia donde quiera" (1 R 12).
Con Isabel profesaron además tres de sus doncellas o compañeras, que formaron una pequeña fraternidad de oración y vida ascética bajo la guía de su superior-visitador Conrado.
Después de la muerte de Luis su esposo, las doncellas acompañaron a Isabel en su exilio del castillo hacia el reino de los pobres. Fueron su aliento en las horas amargas de soledad y abandono. Junto con ella emitieron una segunda profesión pública el Viernes Santo de 1228, viniendo a formar así una fraternidad religiosa. Sus doncellas recibieron como ella el hábito gris y se empeñaron en el mismo propósito de testimoniar la misericordia de Dios; comían y trabajaban juntas, salían juntas a visitar las casas de los pobres o a buscar alimentos para repartirlos a los necesitados. Al regresar, se ponían a orar.
Se trataba de una verdadera vida religiosa para mujeres profesas, sin clausura estricta y dedicadas a una labor social: servicio a los pobres, marginados, enfermos, peregrinos... Era una forma de vida consagrada en el mundo.
Pero la aprobación canónica de semejante estilo de vida comunitaria femenina, sin clausura estricta, tuvo que esperar siglos para ser reconocido por la Iglesia. La vida en el monasterio era entonces la única forma canónica admitida por la Iglesia para las comunidades religiosas de mujeres.
Isabel, sin duda, supo coordinar ambas dimensiones de vida, la de la intimidad con Dios y la del servicio activo a los pobres: "Mariam induit, Martham non exuit", vistió el hábito de María, pero no se despojó del de Marta.
Hoy las congregaciones femeninas de la TOR son unas 400, con más de cien mil religiosas profesas, que siguen las huellas de Isabel en la vida activa y contemplativa, y pueden llamarse sus herederas.
La breve vida de Isabel está saturada de servicio amoroso, de gozo y de sufrimiento. Su prodigalidad y trato con los indigentes provocaba escándalo en la corte de Wartburgo; no encajaba en su medio. Muchos vasallos la tenían como una loca. Aquí encontró una de sus grandes cruces: vivió crucificada en la sociedad a la que pertenecía y entre aquellos que desconocían la misericordia.
En el ejercicio pleno de su autoridad, cuando era todavía la gran condesa y en ausencia de su marido, tuvo que afrontar la emergencia de una carestía general que hundió al país en el hambre. No dudó en vaciar los graneros del condado para socorrer a los menesterosos. Isabel servía personalmente a los débiles, los pobres y los enfermos. Cuidó leprosos, la escoria de la sociedad, como Francisco. Día tras día, hora tras hora, pobre con los pobres, vivió y ejerció la misericordia de Dios en el río de dolor y de miseria que la envolvía.
En los desventurados Isabel veía la persona de Cristo (Mt 25,40). Esto le dio fuerza para vencer su repugnancia natural, tanto que llegó a besar las heridas purulentas de los leprosos.
Pero Isabel no sólo usó del corazón, sino también de la inteligencia en su obra asistencial. Sabía que la caridad institucionalizada es más efectiva y duradera. En vida de su marido, contribuyó en la erección de hospitales en Eisenach y Gotha. Luego construyó el de Marburgo, la obra predilecta de su viudedad. Para atenderlo fundó una fraternidad religiosa con sus amigas y doncellas.
Trabajaba con sus propias manos en la cocina preparando la comida, en el servicio de los indigentes hospitalizados; fregaba los platos y alejaba las sirvientas cuando éstas se lo querían impedir. Aprendió a hilar lana y a coser vestidos para los pobres y para ganarse el sustento.
La santidad aparece en la historia de la Iglesia como una locura, la locura de la cruz. Y la de Isabel es una espléndida locura. En su vida brilla con singular esplendor la virtud de la caridad. Su persona es un canto al amor, compuesto de servicio y abnegación, volcado a sembrar el bien.
Se propuso vivir el Evangelio sencillamente, sin glosa diría Francisco, en todos los aspectos, espiritual y material. No dejó nada escrito, pero numerosos pasajes de su vida sólo pueden entenderse desde una comprensión literal del Evangelio. Hizo realidad el programa de vida propuesto por Jesús en el Evangelio:
-- El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda por amor a mí o al Evangelio, la recobrará (Lc 17,33; Mc 8,35).
-- Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mc 8,34-35).
-- Si quieres ser perfecto ve, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y sígueme (Mt 19,21).
-- El que ama a su padre, madre e hijos más que a mí, no puede ser digno de mí (Mt 10,37).
La ardiente fuerza interior de Isabel brotaba de su relación con Dios. Su oración era intensa, continua, a veces, hasta el éxtasis. La conciencia constante de la presencia del Señor era la fuente de su fortaleza y alegría, y de su compromiso con los pobres. Pero también el encuentro de Cristo en los pobres estimulaba su fe y su oración.
Su peregrinación hacia Dios está jalonada por gestos decididos de desprendimiento interior hasta llegar al despojo total, como Cristo en la cruz. Al final de su vida no le quedó para sí nada más que la túnica gris y pobre de penitencia, que quiso conservar como símbolo y mortaja.
Isabel irradiaba gozo y serenidad. El fondo de su alma era el reino de la paz. Vivió realmente la perfecta alegría enseñada por Francisco, en la tribulación, en la soledad y en el dolor. "Debemos hacer felices a las personas", les decía a sus doncellas, sus hermanas.
Isabel pasó por esta vida como un meteoro luminoso y esperanzador. Hizo resplandecer la luz en el corazón de muchas almas. Llevó el gozo a los corazones afligidos. Nadie podrá contar las lágrimas que secó, las heridas que vendó, el amor que supo despertar.
Su santidad fue una novedad rica en matices y eminentes virtudes. Desde entonces ya no fueron solamente las mártires o las vírgenes las elevadas al honor de los altares, sino también las esposas, las madres y las viudas.
Isabel recorrió el camino del amor cristiano como seglar, en su condición de esposa y de madre; pero, después de la segunda profesión, fue una mujer plenamente consagrada a Dios y al alivio de la miseria humana.
La Tercera Orden de san Francisco, tanto la Regular como la Secular, se propone reavivar la memoria de su santa Patrona en el octavo centenario de su nacimiento y desea proponerla como luz y modelo de compromiso evangélico. La Familia Franciscana quiere honrar a la primera mujer que alcanzó la santidad en el seguimiento de Cristo según la "forma de vida" de Francisco.
Si evocamos su nacimiento, su personalidad singular y su sensibilidad, es para que, a través del conocimiento y de la admiración, también nosotros nos convirtamos en instrumentos de paz, y aprendamos a verter un poco de bálsamo en las heridas de los marginados de nuestro tiempo, a humanizar nuestro entorno, a secar algunas lágrimas. Derramemos la bondad del corazón allá donde falta la misericordia del Padre. Que el compromiso que vivió Isabel estimule nuestro propio compromiso. Su ejemplo e intercesión iluminarán nuestro camino hacia el Padre, fuente de todo amor: el bien, todo bien, sumo bien; la quietud y el gozo.

Fuentes
1. Conrado de Marburgo, Epístola, llamada también Summa Vitae, una síntesis biográfica, 1232.
2. Dicta quatuor ancillarum [Declaraciones de las cuatro doncellas].
3. Cesáreo de Heisterbach, cisterciense, Vita sancte Elysabeth lantgravie, [Vida de Santa Isabel, gran condesa] 1236.
4. Anónimo de Zwettl, cisterciense, Vita Sanctae Elisabeth, Landgravie Thuringiae [Vida de santa Isabel, gran condesa de Turingia] 1236.
5. Crónica de Reinhardsbrun, monasterio benedictino.
6. Anónimo Franciscano, Vita beate Elisabeth, [Vida de santa Isabel] de finales del s. XIII.
7. Dietrich de Apolda, dominico, Vita S. Elisabeth, [Vida de Sta. Isabel] entre 1289 y 1291.



The gift of God, the freedom of man

DAILY GOSPEL: 17/11/2010
«Lord, to whom shall we go? You have the words of eternal life.» John 6,68


Wednesday of the Thirty-third week in Ordinary Time


Book of Revelation 4:1-11.
After this I had a vision of an open door to heaven, and I heard the trumpetlike voice that had spoken to me before, saying, "Come up here and I will show you what must happen afterwards."
At once I was caught up in spirit. A throne was there in heaven, and on the throne sat
one whose appearance sparkled like jasper and carnelian. Around the throne was a halo as brilliant as an emerald.
Surrounding the throne I saw twenty-four other thrones on which twenty-four elders sat, dressed in white garments and with gold crowns on their heads.
From the throne came flashes of lightning, rumblings, and peals of thunder. Seven flaming torches burned in front of the throne, which are the seven spirits of God.
In front of the throne was something that resembled a sea of glass like crystal. In the center and around the throne, there were four living creatures covered with eyes in front and in back.
The first creature resembled a lion, the second was like a calf, the third had a face like that of a human being, and the fourth looked like an eagle in flight.
The four living creatures, each of them with six wings, were covered with eyes inside and out. Day and night they do not stop exclaiming: "Holy, holy, holy is the Lord God almighty, who was, and who is, and who is to come."
Whenever the living creatures give glory and honor and thanks to the one who sits on the throne, who lives forever and ever,
the twenty-four elders fall down before the one who sits on the throne and worship him, who lives forever and ever. They throw down their crowns before the throne, exclaiming:
"Worthy are you, Lord our God, to receive glory and honor and power, for you created all things; because of your will they came to be and were created."

Psalms 150(149):1-2.3-4.5-6.
Hallelujah! Praise God in his holy sanctuary; give praise in the mighty dome of heaven.
Give praise for his mighty deeds, praise him for his great majesty.
Give praise with blasts upon the horn, praise him with harp and lyre.
Give praise with tambourines and dance, praise him with flutes and strings.
Give praise with crashing cymbals, praise him with sounding cymbals.
Let everything that has breath give praise to the LORD! Hallelujah!

Holy Gospel of Jesus Christ according to Saint Luke 19:11-28.
While they were listening to him speak, he proceeded to tell a parable because he was near Jerusalem and they thought that the kingdom of God would appear there immediately.
So he said, "A nobleman went off to a distant country to obtain the kingship for himself and then to return.
He called ten of his servants and gave them ten gold coins and told them, 'Engage in trade with these until I return.'
His fellow citizens, however, despised him and sent a delegation after him to announce, 'We do not want this man to be our king.'
But when he returned after obtaining the kingship, he had the servants called, to whom he had given the money, to learn what they had gained by trading.
The first came forward and said, 'Sir, your gold coin has earned ten additional ones.'
He replied, 'Well done, good servant! You have been faithful in this very small matter; take charge of ten cities.'
Then the second came and reported, 'Your gold coin, sir, has earned five more.'
And to this servant too he said, 'You, take charge of five cities.'
Then the other servant came and said, 'Sir, here is your gold coin; I kept it stored away in a handkerchief,
for I was afraid of you, because you are a demanding person; you take up what you did not lay down and you harvest what you did not plant.'
He said to him, 'With your own words I shall condemn you, you wicked servant. You knew I was a demanding person, taking up what I did not lay down and harvesting what I did not plant;
why did you not put my money in a bank? Then on my return I would have collected it with interest.'
And to those standing by he said, 'Take the gold coin from him and give it to the servant who has ten.'
But they said to him, 'Sir, he has ten gold coins.'
'I tell you, to everyone who has, more will be given, but from the one who has not, even what he has will be taken away.
Now as for those enemies of mine who did not want me as their king, bring them here and slay them before me.'"
After he had said this, he proceeded on his journey up to Jerusalem.
Lc 19,11-28
Commentary of the day 
Origen (c.185-253), priest and theologian
Homilies on the Book of Numbers, n°12, §3
The gift of God, the freedom of man
What have we to offer God? Faith and love. That is where we find what God asks of us, as it is written: «And now, Israel, what does the Lord your God ask of you but to fear the Lord your God, and follow his ways exactly, to love and serve the Lord your God with all your heart and all your soul» (Dt 10,12). These are the offerings and these the gifts we should make to the Lord. And if we are to offer him these gifts with all our heart, then first of all we must get to know him. We must have drunk of the knowledge of his goodness from the deep waters of his well...

People who deny that salvation lay within the power of the man's freedom should be ashamed on hearing these words! Would God ask something from him if he wasn't capable of responding to God's demand and giving him what he owed? For there is God's gift but also man's contribution. For example, it was well within the man's power that one gold coin should make ten or five more; but that the man should possess that gold coin with which to produce ten more in the first place belonged to God. Once he had given to God the ten gold coins he had made, the man received a new sort of gift: not money this time, but the power and sovereignty over ten cities.

In the same way, God asked Abraham to make an offering of his son, Isaac, on the mountain he would show him. And Abraham, without hesitation, offered his only son: he laid him on the altar and drew out his knife to slay him. But at once a voice restrained him and a ram was given him to be sacrificed in his son's place (Gn 22). So you see: what we offer God depends on us; but this offering is asked of us so that, in making our gift, we might witness to our love for God and faith in him.


Wednesday, 17 November 2010

St. Elizabeth of Hungary († 1231) - Memorial



SAINT ELIZABETH OF HUNGARY
(† 1231)
        Elizabeth was daughter of a king of Hungary, and niece of St. Hedwige. She was betrothed in infancy to Louis, Landgrave of Thuringia, and brought up in his father's court. Not content with receiving daily numbers of poor in her palace, and relieving all in distress, she built several hospitals, where she served the sick, dressing the most repulsive sores with her own hands.
        Once as she was carrying in the folds of her mantle some provisions for the poor, she met her husband returning from the chase. Astonished to see her bending under the weight of her burden, he opened the mantle which she kept pressed against her, and found in it nothing but beautiful red and white roses, although it was not the season for flowers. Bidding her pursue her way, he took one of the marvellous roses, and kept it all his life.
        On her husband's death she was cruelly driven from her palace, and forced to wander through the streets with her little children, a prey to hunger and cold; but she welcomed all her sufferings, and continued to be the mother of the poor, converting many by her holy life.
        She died in 1231, at the age of twenty-four.

Cabo de Palos: Las Bodas de Caná.

Cabo de Palos: Las Bodas de Caná.