EVANGELIO DEL DÍA

viernes, 12 de noviembre de 2010

«Cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?»

EVANGELIO DEL DÍA: 13/11/2010
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


Sábado de la XXXII Semana del Tiempo Ordinario


Epístola III de San Juan 1,5-8.
Querido hermano, tú obras fielmente, al ponerte al servicio de tus hermanos, incluso de los que están de paso,
y ellos dieron testimonio de tu amor delante de la Iglesia. Harás bien en ayudarlos para que puedan proseguir su viaje de una manera digna de Dios.
porque ellos se pusieron en camino para servir a Cristo, sin aceptar nada de los paganos,
Por eso debemos acogerlos, a fin de colaborar con ellos en favor de la verdad.

Salmo 112(111),1-2.3-4.5-6.
¡Aleluya! Feliz el hombre que teme al Señor y se complace en sus mandamientos.
Su descendencia será fuerte en la tierra : la posteridad de los justos es bendecida.
En su casa habrá abundancia y riqueza, su generosidad permanecerá para siempre.
Para los buenos brilla una luz en las tinieblas : es el Bondadoso, el Compasivo y el Justo.
Dichoso el que se compadece y da prestado, y administra sus negocios con rectitud.
El justo no vacilará jamás, su recuerdo permanecerá para siempre.

Evangelio según San Lucas 18,1-8.
Después Jesús les enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:
"En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres;
y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: 'Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario'.
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,
pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'".
Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez injusto.
Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?". 
Lc 18,1-8
Leer el comentario del Evangelio por 
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia
Sermón 115, 1; PL 38, 655
«Cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?»
     ¿Hay un medio más eficaz para animarnos a la oración que la parábola del juez injusto que nos ha contado el Señor? Evidentemente que el juez injusto no temía al Señor ni respetaba a los hombres. No experimentaba ninguna compasión por la viuda que recurrió a él y, sin embargo, vencido por el hastío, acabó escuchándola. Si él escuchó a esta mujer que le importunaba con sus ruegos, ¿cómo no vamos a ser escuchados nosotros por Aquel que nos invita a presentarle nuestras súplicas? Es por esto que el Señor nos ha propuesto esta comparación sacada de dos contrarios para hacernos comprender que «es necesario orar sin desanimarse». Después añade: «Pero cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?»

     Si desaparece la fe, se extingue la oración. En efecto ¿quién podría orar para pedir lo que no cree? Mirad lo que dice el apóstol Pablo para exhortar a la oración: «Todos los que invocarán el nombre del Señor serán salvados». Después para hacernos ver que la fe es la fuente de la oración y que el riachuelo no puede correr si la fuente esta seca, añade: «¿Cómo van a invocar al Señor si no creen en él?» (Rm 10,13-14).

     Creamos, pues, para poder orar y oremos para que la fe, que es el principio de la oración, no nos falte. La fe difunde la oración, y la oración, al difundirse obtiene, a su vez, la firmeza de la fe.


sábado 13 Noviembre 2010

San Leandro



San Leandro  


San Leandro nació en torno a los años 535-540 en Cartagena (Andalucía), de una familia de origen grecolatino, cuya vivencia de la religión cristiana queda refrendada por la vida de sus hijos, cuatro de los cuales - Isidoro, Fulgencio, Florentina y Leandro mereció el honor de los santos.


Leandro se consagró pronto a Dios en la vida monástica atendiendo, por una especie de vocación personal, a la formación de los jóvenes. . Nombrado obispo de Sevilla, no descuidó esta tarea, creando una escuela en la que se formaría el futuro San Hermenegildo y su hermano Recaredo, factores de la conversión del pueblo visigodo español. Desterrado por el padre de ambos, el rey Leovigildo, marchó Leandro a Constantinopla, donde trabó sólida amistad con el que, andando el tiempo, sería el Papa Gregorio Magno.


Al comenzar el reinado de Recaredo, pudo retornar Leandro a su sede arzobispal, presidiendo poco más tarde el histórico Concilio III de Toledo (589) y asistiendo a la abjuración de la herejía arriana del propio monarca. A esta regia conversión siguió la masiva del pueblo, así como la orientación cristiana de las leyes, obras que pertenecen en gran parte a la siembra efectuada por este gran pastor.


Consagró este el resto de sus días a consolidar el edificio que tan buenos cimientos habían recibido, con la presencia de su propia vida y con la luz de sus escritos que tendían por encima de todo al robustecimiento; de la fe ante cualquier error. Aquejado por la gota, murió hacia el año 600, probablemente el mismo año en qué, lo hiciera el propio rey Recaredo.



Oremos


Señor, luz de los fieles y pastor delas almas, tú que elegiste  a San Leandro para que, en la Iglesia, apacentara tus ovejas con su palabra y las iluminara con su ejemplo, te pedimos que, por su intercesión, nos conceda perseverar en la fe que él nos enseñó con su palabra y seguir el camino que nos mostró con su ejemplo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

"But when the Son of Man comes, will he find faith on earth?"

DAILY GOSPEL: 13/11/2010
«Lord, to whom shall we go? You have the words of eternal life.» John 6,68

Saturday of the Thirty-second week in Ordinary Time
Third Letter of John 1:5-8.
Beloved, you are faithful in all you do for the brothers, especially for strangers;
they have testified to your love before the church. Please help them in a way worthy of God to continue their journey.
For they have set out for the sake of the Name and are accepting nothing from the pagans.
Therefore, we ought to support such persons, so that we may be co-workers in the truth.

Psalms 112(111):1-2.3-4.5-6.
Hallelujah! Happy are those who fear the LORD, who greatly delight in God's commands.
Their descendants shall be mighty in the land, generation upright and blessed.
Wealth and riches shall be in their homes; their prosperity shall endure forever.
They shine through the darkness, a light for the upright; they are gracious, merciful, and just.
All goes well for those gracious in lending, who conduct their affairs with justice.
They shall never be shaken; the just shall be remembered forever.

Holy Gospel of Jesus Christ according to Saint Luke 18:1-8.
Then he told them a parable about the necessity for them to pray always without becoming weary. He said,
There was a judge in a certain town who neither feared God nor respected any human being.
And a widow in that town used to come to him and say, 'Render a just decision for me against my adversary.'
For a long time the judge was unwilling, but eventually he thought, 'While it is true that I neither fear God nor respect any human being,
because this widow keeps bothering me I shall deliver a just decision for her lest she finally come and strike me.'"
The Lord said, "Pay attention to what the dishonest judge says.
Will not God then secure the rights of his chosen ones who call out to him day and night? Will he be slow to answer them?
I tell you, he will see to it that justice is done for them speedily. But when the Son of Man comes, will he find faith on earth?" 
Lc 18,1-8
Commentary of the day 
Saint Augustine (354-430), Bishop of Hippo (North Africa) and Doctor of the Church
Sermon 115, 1 ; PL 38, 655 (©Friends of Henry Ashworth)
"But when the Son of Man comes, will he find faith on earth?"
What more powerful incentive to prayer could be proposed to us than the parable of the unjust judge? An unprincipled man, without fear of God or regard for other people, that judge nevertheless ended by granting the widow's petition. No kindly sentiment moved him to do so; he was rather worn down by her pestering. Now if a man can grant a request even when it is odious to him to be asked, how can we be refused by the one who urges us to ask? Having persuaded us, therefore, by a comparison of opposites that «we ought always to pray and never lose heart,» the Lord goes on to put the question: «Nevertheless, when the Son of Man comes, do you think he will find faith on earth?»

Where there is no faith, there is no prayer. Who would pray for something he did not believe in? So when the blessed Apostle exhorts us to pray he begins by declaring: «Whoever calls on the name of the Lord will be saved.» But to show that faith is the source of prayer and the stream will not flow if its springs are dried up, he continues: «But how can people call on him in whom they do not believe?» (Rom 10,13-14). We must believe, then, in order to pray; and we must ask God that the faith enabling us to pray may not fail. Faith gives rise to prayer, and this prayer obtains an increase of faith.


Saturday, 13 November 2010

St. Stanislaus Kostka (1551-1568)



SAINT STANISLAS KOSTKA
(1551-1568)
        St. Stanislas was of a noble Polish family. At the age of fourteen he went with his elder brother Paul to the Jesuits' College at Vienna; and though Stanislas was ever bright and sweet-tempered, his austerities were felt as a reproach by Paul, who shamefully maltreated him. This ill-usage and his own penances brought on a dangerous illness, and, being in a Lutheran house, he was unable to send for a priest. He now remembered to have read of his patroness, St. Barbara, that she never permitted her clients to die without the Holy Viaticum: he devoutly appealed to her aid, and she appeared with two angels, who gave him the Sacred Host.
        He was cured of this illness by our Lady herself, and was bidden by her to enter the Society of Jesus. To avoid his father's opposition, he was obliged to fly from Vienna; and, having proved his constancy by cheerfully performing the most menial offices, he was admitted to the novitiate at Rome. There he lived for ten short months marked by a rare piety, obedience, and devotion to his institute.
        He died, as he had prayed to die, on the feast of the Assumption, 1568, at the age of seventeen.