Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima ; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.
Sal 137,1-2a.2b-3.4-5.7c-8 R/. Delante de los ángeles tañeré para ti, SeñorTe doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario. R/.
Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama;
cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R/.
Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande. R/.
En aquel tiempo, vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.»
Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?»
Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.»
Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.»
Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: «Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»
II. Oramos con la Palabra
No hay oración para este día.
Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 de EDIBESA. |
III. Compartimos la Palabra
Miles de ángeles le servían
Es notorio que el que el estilo apocalíptico está trufado de multitud de imágenes, de trazos surgidos de una imaginación fecunda y de una expresividad notable, que no siempre está al alcance de la sensibilidad contemporánea. En la conocida visión del capítulo 7 de Daniel, un Anciano, es decir, Dios, preside la corte celestial (veste blanquísima, trono de fuego, servido por miríadas de seres…), y éste entrega todo su poder a un ente colectivo, aquí rotulado como un hijo del hombre, que bien puede señalar a la comunidad de los santos del Altísimo, Israel, el pueblo elegido y consagrado que tiene que resistir los embates de los imperios paganos que le rodean, aquí significados en cuatro fieras. La visión apunta a una esperanza, porque el pueblo traducirá en la tierra el reinado de Yahvé, que no tendrá fin. El hijo recibe de la divinidad el dominio y el efectivo poder, y será venerado por todas las gentes. En su momento, la tradición judía identificó a este personaje colectivo como el Mesías que debía liberar al pueblo judío; por eso, cabe la violenta reacción vertida en condena por blasfemia, cuando Jesús se autodenomina Hijo del Hombre, Mesías ante el sumo sacerdote, según la narración del evangelio de Mateo (27, 63-66)
Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios
El evangelio de hoy relata la vocación de Natanael, al parecer el apóstol Bartolomé, y viene obligado en el día de hoy por la alusión que hace a los ángeles al final de nuestro fragmento como exponente de la gloria de Dios. Este discípulo se nos presenta como exponente del Israel elegido que se ha mantenido fiel a Dios. Más allá de la discutible oportunidad del texto para la fiesta litúrgica de hoy, no podemos silenciar la riqueza que todos los relatos vocacionales contienen, en concreto el cruzarse Jesús de Nazaret en el camino de la persona desencadena un fecundo proceder que se sustancia en: llamada, seguimiento, fe-confianza y promesa. Un dinámico proceso que nos permite ahondar en el encuentro vivo con la Palabra hecha carne lo que nos habilita, en tanto seguidores del Maestro, a confesar el nombre de Dios en nuestra existencia y, en modo enigmático, a esperar en la promesa de ver la nueva escala de Jacob, es decir, la gloria de Dios manifestada en Cristo Jesús, el culmen de la fe en el evangelio de Juan para los hijos del nuevo Israel. Porque Jesús es la permanente comunicación con Dios lo que apunta para nosotros a la plenitud humana que en gloria y amor nos ofrece Jesús el Señor.
En el sentir cristiano tenemos a los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael como los heraldos de la gloria de Dios, a cuyo servicio se deben.