El Papa Francisco no pudo expresar con más claridad su intención de luchar y erradicar los abusos sexuales dentro de la Iglesia católica: «La verdad es la verdad y no debemos esconderla». La reacción de Bergoglio ante las denuncias presentadas en la diócesis de Granada fue inmediata; tomó la iniciativa de manera personal y llamó a la víctima para pedirle que denunciara su caso, un gesto que sólo puede interpretarse como que ya no bastan las amonestaciones «sotto voce» en la curia, sino que había que actuar con rapidez y ejemplaridad contra este tipo de «crimen y grave pecado», como el Papa lo definió. «Me siento personalmente obligado a asumir todo el mal que una cantidad importante de sacerdotes hicieron», reafirmó Francisco. Por lo tanto, ha sido directamente el Vaticano el que ha asumido el liderazgo contra estos delitos execrables que atentan contra los derechos y dignidad elementales de los más débiles –niños y adolescentes en su mayoría–, ya que vulneran principios básicos de la Iglesia católica y que los culpables no pueden estar en su seno. No fue necesario el polémico informe del Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidos del pasado mes de febrero, en el que se denunció que el Vaticano ocultaba casos de abusos a menores, aunque su difusión fuese impactante, para que la Santa Sede tomase cartas en el asunto de manera decidida, pues no sólo se estaban investigando los casos denunciados y tomando medidas drásticas, sino que se había desarrollado una forma de acción conjunta a través de las conferencias episcopales. Ya entonces, el portavoz vaticano, Federico Lombardi, llamó la atención sobre el hecho de que algunos informes «muchas veces son presentaciones muy ideológicas o parciales de las cuestiones». En definitiva, la Santa Sede no estaba de brazos cruzados ante tal drama. El momento que definió la «tolerancia cero» lo marcó Benedicto XVI cuando en marzo de 2010 envió una larga carta a la comunidad católica irlandesa en la que se reconocía la gravedad de los delitos cometidos. Habló entonces de «sentimiento de traición que muchos de vosotros habéis experimentado» y de la necesidad de actuar con «valentía y determinación». Que sea el propio Papa Francisco quien encabece la lucha contra la pederastia sólo explica la necesidad de emprender «un camino de curación, renovación y reparación», en palabras de Ratzinger. El pasado mes de julio, Francisco invitó a un grupo de jóvenes víctimas de abusos a participar en una misa en Santa Marta. En su homilía, pidió perdón y marcó la doctrina que debe seguirse: «No hay lugar en el ministerio de la Iglesia para aquellos que cometen estos abusos, y me comprometo a no tolerar el daño infligido a un menor por parte de nadie, independientemente de su estado clerical».
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