"Por obra del Espíritu Santo se encarnó de María , la Virgen, y se hizo hombre".
Este artículo del Credo es el más adecuado para saborear la armonía entre la fe profesada, celebrada, vivida, orada y anunciada.
Es la afirmación central del Credo: la Encarnación del Hijo de Dios. Jesús, nacido de María Virgen, por obra del Espíritu Santo, es Dios, hombre y Salvador. Es una síntesis de nuestra fe cristológica, en la que la Virgen María ocupa un lugar especial como Madre de Dios hecho hombre por nuestra salvación (cfr Catecismo de la Iglesia Católica, nn.456ss y especialmente nn. 484-513) ,
Esta fe la celebramos especialmente en el tiempo de Navidad, pero también en la fiesta de la Anunciación. Y tenemos costumbre de recordarla cada día cuando rezamos el Ángelus. Reconocemos con alegría que Dios está con nosotros.
La acción del Espíritu Santo en la vida de Jesús, desde su concepción hasta su muerte y resurrección, hace patente su divinidad. El Espíritu de amor ha actuado misteriosamente en la virginidad de María y en la resurrección de Cristo. Es siempre el misterio "escondido" para quien no cree en la filiación divina de Cristo, resucitado, único Salvador.
Sin este contenido cristológico de nuestra fe, la redención obrada por Jesús sería sólo la obra buena y heroica de un santo o de un profeta. Entonces el cristianismo no se diferenciaría de las otras religiones o de los otros caminos que también buscan la salvación de la humanidad. Sólo a la luz de la Encarnación, podemos descubrir que el Verbo hecho hombre es el cumplimiento de todas las esperanzas de la humanidad, que se encuentran como semillas en las religiones y culturas. Jesús no ha venido a destruir, sino a llevar a cumplimiento.
En este artículo de fe podemos constatar que los textos proféticos del Antiguo Testamento, como es la profecía de Isaías sobre la virgen madre del Emmanuel (citado en Mt 1,23), desplegarán todo su significado salvífico gracias a la venida del Mesías .
La proclamación de cualquier artículo de nuestra fe es una invitación a la celebración, a la vivencia y al anuncio. Pero este artículo es la clave para hacer de toda nuestra fe un encuentro personal y comunitario con Cristo. Gracias a la Encarnación y a la Resurrección, Cristo nos acompaña siempre y da sentido a nuestra vida y a nuestra historia.
El mismo Espíritu Santo, por el cual María Virgen concibió a Cristo, nos hace a nosotros partícipes de la filiación divina. Un texto de san Pablo nos puede dar la clave: "Cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de la mujer ... para que ... recibiéramos la condición de hijos. Y la prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «¡Abba, Padre! »" (Gal 4,4-5).
Quien profesa esta fe en la filiación divina de Jesús participada por nosotros, se convierte en responsable para comunicar a todos lo que es de todos. "El Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo ... hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe" (Benedicto XVI, Porta Fidei).
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