De Corazón a corazón: 1Re 17,7-16 (Viuda de Sarepta. "No se acabó la harina… ni el aceite"); Sal 4,2; Mt 5,13-16 ("Sois la sal de la tierra… la luz del mundo… que glorifiquen a vuestro Padre")
Contemplación, vivencia, misión: En Nazaret, cuando Jesús se presentó como ungido y enviado por el Espíritu Santo, recordó a la viuda de Sarepta. Quien es la luz del mundo, el pan de vida, el fermento y la sal, es el mismo Jesús, que quiere prolongarse y expresarse a través de "los suyos". La única condición es dejarle ser él y multiplicarse en nuestro poco ("lo poquito que hay en mí", decía Santa Teresa). Las obras del seguidor de Cristo deben reflejar el modo de ser y de vivir del mismo Cristo, para que le vean a él (como reflejo del Padre) en nosotros.
En el día a día con la Madre de Jesús: Dios hace cosas grandes si le dejamos moldear nuestro barro en sus manos de Padre. Al recitar el "Magníficat", experimentamos que con su mirada amorosa imprime su rostro misericordioso en nuestra nada.
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