EVANGELIO DEL DÍA: 09/11/2010
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
La Dedicación de la Basílica de Letrán (Catedral del Papa) - Fiesta
Libro de Ezequiel 47,1-2.8-9.12.
El hombre me hizo volver a la entrada de la Casa, y vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa, en dirección al oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia el oriente. El agua descendía por debajo del costado derecho de la Casa, al sur del Altar.
Luego me sacó por el camino de la puerta septentrional, y me hizo dar la vuelta por un camino exterior, hasta la puerta exterior que miraba hacia el oriente. Allí vi que el agua fluía por el costado derecho.
Entonces me dijo: "Estas aguas fluyen hacia el sector oriental, bajan hasta la estepa y van a desembocar en el Mar. Se las hace salir hasta el Mar, para que sus aguas sean saneadas.
Hasta donde llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes que se mueven por el suelo y habrá peces en abundancia. Porque cuando esta agua llegue hasta el Mar, sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas parte adonde llegue el torrente.
Al borde del torrente, sobre sus dos orillas, crecerán árboles frutales de todas las especies. No se marchitarán sus hojas ni se agotarán sus frutos, y todos los meses producirán nuevos frutos, porque el agua sale del Santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de remedio".
Salmo 46(45),2-3.5-6.8-9.
El Señor es nuestro refugio y fortaleza, una ayuda siempre pronta en los peligros.
Por eso no tememos, aunque la tierra se conmueva y las montañas se desplomen hasta el fondo del mar;
Los canales del Río alegran la Ciudad de Dios, la más santa Morada del Altísimo.
El Señor está en medio de ella: nunca vacilará; él la socorrerá al despuntar la aurora.
El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro baluarte es el Dios de Jacob.
Vengan a contemplar las obras del Señor, él hace cosas admirables en la tierra:
Evangelio según San Juan 2,13-22.
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén
y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.
Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas
y dijo a los vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio".
Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.
Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?".
Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar".
Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?".
Pero él se refería al templo de su cuerpo.
Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
El hombre me hizo volver a la entrada de la Casa, y vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa, en dirección al oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia el oriente. El agua descendía por debajo del costado derecho de la Casa, al sur del Altar.
Luego me sacó por el camino de la puerta septentrional, y me hizo dar la vuelta por un camino exterior, hasta la puerta exterior que miraba hacia el oriente. Allí vi que el agua fluía por el costado derecho.
Entonces me dijo: "Estas aguas fluyen hacia el sector oriental, bajan hasta la estepa y van a desembocar en el Mar. Se las hace salir hasta el Mar, para que sus aguas sean saneadas.
Hasta donde llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes que se mueven por el suelo y habrá peces en abundancia. Porque cuando esta agua llegue hasta el Mar, sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas parte adonde llegue el torrente.
Al borde del torrente, sobre sus dos orillas, crecerán árboles frutales de todas las especies. No se marchitarán sus hojas ni se agotarán sus frutos, y todos los meses producirán nuevos frutos, porque el agua sale del Santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de remedio".
Salmo 46(45),2-3.5-6.8-9.
El Señor es nuestro refugio y fortaleza, una ayuda siempre pronta en los peligros.
Por eso no tememos, aunque la tierra se conmueva y las montañas se desplomen hasta el fondo del mar;
Los canales del Río alegran la Ciudad de Dios, la más santa Morada del Altísimo.
El Señor está en medio de ella: nunca vacilará; él la socorrerá al despuntar la aurora.
El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro baluarte es el Dios de Jacob.
Vengan a contemplar las obras del Señor, él hace cosas admirables en la tierra:
Evangelio según San Juan 2,13-22.
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén
y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.
Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas
y dijo a los vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio".
Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.
Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?".
Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar".
Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?".
Pero él se refería al templo de su cuerpo.
Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
Jn 2,13-22
Beato John Henry Newman (1801-1890), presbítero, fundador de comunidad religiosa, teólogo
PPS, vol 6, n° 19
Fiesta de la dedicación de una catedral, fiesta de la Iglesia
¿Una catedral es fruto de un deseo pasajero o alguna cosa que se pueda realizar por propia voluntad?... Ciertamente, las iglesias que hemos heredado no son fruto de un simple asunto de capital, ni una pura creación de un genio; sino que son fruto de martirios, de grandezas y sufrimientos. Sus fundamentos son muy profundos; descansan sobre la predicación de los apóstoles, sobre la confesión de fe de los santos y sobre las primeras conquistas ganadas por el Evangelio en nuestro país. Todo lo que hay de noble en su arquitectura, que cautiva los ojos y llega al corazón, no es un puro efecto de la imaginación de los hombres, sino que es un don de Dios, es una obra espiritual.
La cruz está siempre plantada en el riesgo y en el sufrimiento, y regada con lágrimas y sangre. Ella no arraiga ni da fruto si su predicación no va acompañada de renuncia. Los que detentan el poder pueden decretar, favorecer la religión, pero no pueden plantarla, sólo pueden imponerla. Tan sólo la Iglesia puede plantar la Iglesia. Nadie que no sean los santos, hombres mortificados, predicadores de la rectitud, confesores de la verdad, pueden crear una casa para la verdad.
Por eso los templos de Dios son también los monumentos de sus santos... Su simplicidad, su grandeza, su solidez, su gracia y su belleza no hacen más que recordarnos la paciencia y la pureza, la valentía y la suavidad, la caridad y la fe de los que sólo han adorado a Dios en los montes y los desiertos; han trabajado, pero no en vano, porque otros han heredado el fruto de su trabajo (cf Jn 4,38). En efecto, a la larga, su palabra ha dado fruto; ha sido hecha Iglesia esta catedral en la que la Palabra vive desde hace mucho tiempo... Dichosos los que entran a formar parte de este lazo de comunión con los santos del pasado y con la Iglesia universal... Dichosos los que al entrar en esta iglesia, penetran con el corazón en el cielo.
La cruz está siempre plantada en el riesgo y en el sufrimiento, y regada con lágrimas y sangre. Ella no arraiga ni da fruto si su predicación no va acompañada de renuncia. Los que detentan el poder pueden decretar, favorecer la religión, pero no pueden plantarla, sólo pueden imponerla. Tan sólo la Iglesia puede plantar la Iglesia. Nadie que no sean los santos, hombres mortificados, predicadores de la rectitud, confesores de la verdad, pueden crear una casa para la verdad.
Por eso los templos de Dios son también los monumentos de sus santos... Su simplicidad, su grandeza, su solidez, su gracia y su belleza no hacen más que recordarnos la paciencia y la pureza, la valentía y la suavidad, la caridad y la fe de los que sólo han adorado a Dios en los montes y los desiertos; han trabajado, pero no en vano, porque otros han heredado el fruto de su trabajo (cf Jn 4,38). En efecto, a la larga, su palabra ha dado fruto; ha sido hecha Iglesia esta catedral en la que la Palabra vive desde hace mucho tiempo... Dichosos los que entran a formar parte de este lazo de comunión con los santos del pasado y con la Iglesia universal... Dichosos los que al entrar en esta iglesia, penetran con el corazón en el cielo.
Dedicación Basílica de Letrán
Dedicación de la Basílica de Letrán
La basílica de Letrán es la catedral del Papa como obispo de Roma. Fue erigida por el emperador Constantino, hacia el año 330, durante aquellos pocos años de euforia que conoció la Iglesia al salir de la gran persecución, antes de padecer los embates del arrianismo, que negaba la divinidad de Jesucristo.
Se vieron entonces surgir por todos los pueblos iglesias, hacia las que convergían gozosas las muchedumbres para celebrar su dedicación. La basílica de Letrán vio desarrollarse, a lo largo de dieciséis siglos, muchos acontecimientos.
Ante todo, conviene recordar aquellas noches pascuales de los siglos IV y V, cuando los romanos se fueron agregando por millares al cuerpo de Cristo, recibiendo el bautismo y la confirmación en el baptisterio, y celebrando la Eucaristía pascual en la basílica.Hoy día, el Papa celebra en Letrán la misa de la tarde del jueves santo, en el transcurso de la cual renueva el gesto de Cristo de lavar los pies a sus discípulos.
El sucesor de Pedro es, al mismo tiempo, obispo de Roma y obispo de la Iglesia católica. Ambos ministerios son inseparables. Por esta razón, todas las Iglesias de rito romano diseminadas a través del mundo tienen como cosa propia el celebrar el misterio de la única Iglesia de Cristo en la fiesta de la dedicación de la catedral de Roma.
Himno (laudes)
El cielo y la tierra
Celebren, aplaudan
A la Iglesia, esposa
Sin arruga y mancha.
Descienda a nosotros
la ciudad sagrada,
en que todo es nuevo y de rica gala.
En piedras preciosas
Está cimentada,
Y bien construida
En brillos de gracia.
Las piedras preciosas
Que están a su entrada
Muestran la hermosura
De esta casa santa.
Descienda a nosotros
Esta santa casa,
Que hizo el Rey eterno Para su morada. Amén
Señor, tú que con piedras vivas y elegidas edifica el templo eterno de tu gloria: acrecienta los dones que el Espíritu ha dado a la Iglesia para que tu pueblo fiel, creciendo como cuerpo de Cristo, llegue a ser la nueva y definitiva Jerusalén. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Himno (II vísperas)
Alta ciudad de piedras vivas,
Jerusalén;
Visión de paz y cielos nuevos,
Ciudad del Rey.
Tus puertas se abren jubilosas,
Visión de paz,
Y penetran los ríos de tus santos
Hasta el altar.
Baluartes y murallas de oro,
Jerusalén;
Tus calles, gemas y zafiros,
Ciudad del Rey.
Jerusalén, Iglesia viva
De eternidad;
Hacia ti caminan los hombres,
Sin descansar.
Alta ciudad de Cristo vivo,
Que es nuestro hogar,
Al que volveremos, ya cansados
De caminar.
Cielos nuevos y tierra nueva,
Jerusalén;
Morada de Dios Trino y Uno. Amén, amén.
Señor, Dios nuestro, que ha congregado tu Iglesia y has hecho de ella el cuerpo de tu Hijo: haz que tu pueblo, reunido en tu nombre, te venere, te ame, te siga y, llevado por ti, alcance el reino que le tiene prometido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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