EVANGELIO DEL DÍA: 13/09/2010
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Lunes de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario
Carta I de San Pablo a los Corintios 11,17-26.33.
Y ya que les hago esta advertencia, no puedo felicitarlos por sus reuniones, que en lugar de beneficiarlos, los perjudican.
Ante todo, porque he oído decir que cuando celebran sus asambleas, hay divisiones entre ustedes, y en parte lo creo.
Sin embargo, es preciso que se formen partidos entre ustedes, para se pongan de manifiesto los que tienen verdadera virtud.
Cuando se reúnen, lo que menos hacen es comer la Cena del Señor,
porque apenas se sientan a la mesa, cada uno se apresura a comer su propia comida, y mientras uno pasa hambre, el otro se pone ebrio.
¿Acaso no tienen sus casas para comer y beber? ¿O tan poco aprecio tienen a la Iglesia de Dios, que quieren hacer pasar vergüenza a los que no tienen nada? ¿Qué les diré? ¿Los voy a alabar? En esto, no puedo alabarlos.
Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan,
dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía".
De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memora mía".
Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva.
Así, hermanos, cuando se reúnan para participar de la Cena, espérense unos a otros.
Salmo 40(39),7-8.9.10.17.
Tú no quisiste víctima ni oblación; pero me diste un oído atento; no pediste holocaustos ni sacrificios,
entonces dije: "Aquí estoy.
En el libro de la Ley está escrito lo que tengo que hacer: yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón".
Proclamé gozosamente tu justicia en la gran asamblea; no, no mantuve cerrados mis labios, tú lo sabes, Señor.
Que se alegren y se regocijen en ti todos los que te buscan y digan siempre los que desean tu victoria; "¡Qué grande es el Señor!"
Evangelio según San Lucas 7,1-10.
Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún.
Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho.
Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor.
Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: "El merece que le hagas este favor,
porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga".
Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: "Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa;
por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.
Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: 'Ve', él va; y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: '¡Tienes que hacer esto!', él lo hace".
Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe".
Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.
Y ya que les hago esta advertencia, no puedo felicitarlos por sus reuniones, que en lugar de beneficiarlos, los perjudican.
Ante todo, porque he oído decir que cuando celebran sus asambleas, hay divisiones entre ustedes, y en parte lo creo.
Sin embargo, es preciso que se formen partidos entre ustedes, para se pongan de manifiesto los que tienen verdadera virtud.
Cuando se reúnen, lo que menos hacen es comer la Cena del Señor,
porque apenas se sientan a la mesa, cada uno se apresura a comer su propia comida, y mientras uno pasa hambre, el otro se pone ebrio.
¿Acaso no tienen sus casas para comer y beber? ¿O tan poco aprecio tienen a la Iglesia de Dios, que quieren hacer pasar vergüenza a los que no tienen nada? ¿Qué les diré? ¿Los voy a alabar? En esto, no puedo alabarlos.
Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan,
dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía".
De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memora mía".
Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva.
Así, hermanos, cuando se reúnan para participar de la Cena, espérense unos a otros.
Salmo 40(39),7-8.9.10.17.
Tú no quisiste víctima ni oblación; pero me diste un oído atento; no pediste holocaustos ni sacrificios,
entonces dije: "Aquí estoy.
En el libro de la Ley está escrito lo que tengo que hacer: yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón".
Proclamé gozosamente tu justicia en la gran asamblea; no, no mantuve cerrados mis labios, tú lo sabes, Señor.
Que se alegren y se regocijen en ti todos los que te buscan y digan siempre los que desean tu victoria; "¡Qué grande es el Señor!"
Evangelio según San Lucas 7,1-10.
Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún.
Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho.
Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor.
Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: "El merece que le hagas este favor,
porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga".
Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: "Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa;
por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.
Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: 'Ve', él va; y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: '¡Tienes que hacer esto!', él lo hace".
Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe".
Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.
Lc 7,1-10
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia
Sermón 62
«Señor, yo no soy digno»
En la lectura del evangelio que acabamos de escuchar vemos cómo Jesús alaba nuestra fe juntamente con la humildad. Cuando ha prometido ir a curar al criado del centurión, éste ha contestado: «Señor, no te molestes; yo no soy quién para que entres bajo mi techo; dilo de palabra y mi criado quedará sano». Reconociéndose indigno, se muestra no sólo digno de que Cristo entre en su casa, sino también en su corazón...
Porque no habría sido ninguna dicha si el Señor hubiera entrado en su casa y no hubiera entrado también en su corazón. En efecto, Cristo, Maestro en humildad por su ejemplo y sus palabras, se sentó a la mesa en casa de un fariseo orgulloso, llamado Simón (Lc 7,36s). Pero por mucho que estuviera en su mesa, no estaba en su corazón: allí «el Hijo del Hombre no tuvo donde reclinar su cabeza» (Lc 9,58). Aquí, ocurre lo contrario: no entra en la casa del centurión, pero posee su corazón...
Es pues la fe unida a la humildad lo que el Señor alaba en el centurión. Cuando éste dice: «Señor, no te molestes; yo no soy quién para que entres bajo mi techo», el Señor responde: «Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe»... El Señor vino primero, según la carne, al pueblo de Israel para buscar primero en ese pueblo su oveja perdida cf Lc 15,4)... Los demás, en tanto que hombres, no podemos conocer la medida de la fe de los hombres. Sólo él que ve el fondo del corazón, él a quien nadie engaña, que ha conocido lo que era el corazón de ese hombre al escuchar su palabra llena de humildad, y, a cambio, le dio una palabra que cura.
Porque no habría sido ninguna dicha si el Señor hubiera entrado en su casa y no hubiera entrado también en su corazón. En efecto, Cristo, Maestro en humildad por su ejemplo y sus palabras, se sentó a la mesa en casa de un fariseo orgulloso, llamado Simón (Lc 7,36s). Pero por mucho que estuviera en su mesa, no estaba en su corazón: allí «el Hijo del Hombre no tuvo donde reclinar su cabeza» (Lc 9,58). Aquí, ocurre lo contrario: no entra en la casa del centurión, pero posee su corazón...
Es pues la fe unida a la humildad lo que el Señor alaba en el centurión. Cuando éste dice: «Señor, no te molestes; yo no soy quién para que entres bajo mi techo», el Señor responde: «Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe»... El Señor vino primero, según la carne, al pueblo de Israel para buscar primero en ese pueblo su oveja perdida cf Lc 15,4)... Los demás, en tanto que hombres, no podemos conocer la medida de la fe de los hombres. Sólo él que ve el fondo del corazón, él a quien nadie engaña, que ha conocido lo que era el corazón de ese hombre al escuchar su palabra llena de humildad, y, a cambio, le dio una palabra que cura.
San Juán Cisóstomo
Obispo y Doctor de la Iglesia (c. a. 349-407)
Nació en Antioquia el año 349. Recibió una esmerada educación y se retiró a vivir como monje.
Se ordenó sacerdote y ejerció con gran provecho el ministerio de la predicación, hasta el punto de que comenzaron a llamarle "Crisóstomo" = "boca de oro".
Desde el año 397 fue Patriarca de Constantinopla y dedicó sus energías a elevar el nivel espiritual de los fieles. Su ejemplar comportamiento le acarreó la oposición de los poderosos, sufrió por dos veces el destierro donde murió el año 407, en el Ponto.
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