EVANGELIO DEL DÍA: 13/05/2010
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Jueves de la VI Semana de Pascua
Libro de los Hechos de los Apóstoles 1,1-11.
En mi primer Libro, querido Teófilo, me referí a todo lo que hizo y enseñó Jesús, desde el comienzo,
hasta el día en que subió al cielo, después de haber dado, por medio del Espíritu Santo, sus últimas instrucciones a los Apóstoles que había elegido.
Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios.
En una ocasión, mientras estaba comiendo con ellos, les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: "La promesa, les dijo, que yo les he anunciado.
Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días".
Los que estaban reunidos le preguntaron: "Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?".
El les respondió: "No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad.
Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra".
Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos.
Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco,
que les dijeron: "Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir".
Salmo 47(46),2-3.6-7.8-9.
Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al Señor con gritos de alegría;
porque el Señor, el Altísimo, es temible, es el soberano de toda la tierra.
El Señor asciende entre aclamaciones, asciende al sonido de trompetas.
Canten, canten a nuestro Dios, canten, canten a nuestro Rey:
el Señor es el Rey de toda la tierra, cántenle un hermoso himno.
El Señor reina sobre las naciones el Señor se sienta en su trono sagrado.
Carta de San Pablo a los Efesios 1,17-23.
Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente.
Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos,
y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza. Este es el mismo poder
que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo,
elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro.
El puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia,
que es su Cuerpo y la Plenitud de aquel que llena completamente todas las cosas.
Evangelio según San Lucas 24,46-53.
Y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,
y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.
Ustedes son testigos de todo esto.
Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto".
Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo.
Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.
Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría,
y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.
En mi primer Libro, querido Teófilo, me referí a todo lo que hizo y enseñó Jesús, desde el comienzo,
hasta el día en que subió al cielo, después de haber dado, por medio del Espíritu Santo, sus últimas instrucciones a los Apóstoles que había elegido.
Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios.
En una ocasión, mientras estaba comiendo con ellos, les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: "La promesa, les dijo, que yo les he anunciado.
Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días".
Los que estaban reunidos le preguntaron: "Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?".
El les respondió: "No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad.
Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra".
Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos.
Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco,
que les dijeron: "Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir".
Salmo 47(46),2-3.6-7.8-9.
Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al Señor con gritos de alegría;
porque el Señor, el Altísimo, es temible, es el soberano de toda la tierra.
El Señor asciende entre aclamaciones, asciende al sonido de trompetas.
Canten, canten a nuestro Dios, canten, canten a nuestro Rey:
el Señor es el Rey de toda la tierra, cántenle un hermoso himno.
El Señor reina sobre las naciones el Señor se sienta en su trono sagrado.
Carta de San Pablo a los Efesios 1,17-23.
Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente.
Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos,
y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza. Este es el mismo poder
que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo,
elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro.
El puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia,
que es su Cuerpo y la Plenitud de aquel que llena completamente todas las cosas.
Evangelio según San Lucas 24,46-53.
Y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,
y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.
Ustedes son testigos de todo esto.
Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto".
Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo.
Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.
Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría,
y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.
Lc 24,46-53
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia
Sermón Mayo, 98, 1, 2: PLS 2, 494-495
Allá arriba con él
Nuestro Señor Jesucristo ascendió al cielo tal día como hoy; que nuestro corazón ascienda también con él. Escuchemos al apóstol Pablo: «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios» (Col 3,1).
Así como él ascendió sin alejarse de nosotros, nosotros estamos ya allí con él, aun cuando no se haya realizado todavía en nuestro cuerpo lo que nos ha sido prometido. Él fue ya exaltado sobre los cielos; pero sigue padeciendo en la tierra todos los trabajos que nosotros, que somos sus miembros, experimentamos. De lo que dio testimonio cuando exclamó: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (Hch 9,4), así como: «Tuve hambre y me disteis de comer» (Mt 25,35). ¿Por qué no vamos a esforzarnos sobre la tierra, de modo que gracias a la fe, la esperanza y la caridad, con las que nos unimos con él, descansemos ya con él en los cielos?
Mientras él está allí, sigue estando con nosotros; y nosotros, mientras estamos aquí, podemos estar ya con él allí. Él está con nosotros por su divinidad, su poder y su amor; nosotros, en cambio, aunque no podemos llevarlo a cabo como él por la divinidad, sí podemos por el amor hacia él. No se alejó del cielo cuando descendió hasta nosotros; ni de nosotros cuando regresó a él... Que él permanecería con nosotros, incluso cuando estaría allá arriba, lo prometió ya antes de la Ascensión cuando dijo: «Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
Así como él ascendió sin alejarse de nosotros, nosotros estamos ya allí con él, aun cuando no se haya realizado todavía en nuestro cuerpo lo que nos ha sido prometido. Él fue ya exaltado sobre los cielos; pero sigue padeciendo en la tierra todos los trabajos que nosotros, que somos sus miembros, experimentamos. De lo que dio testimonio cuando exclamó: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (Hch 9,4), así como: «Tuve hambre y me disteis de comer» (Mt 25,35). ¿Por qué no vamos a esforzarnos sobre la tierra, de modo que gracias a la fe, la esperanza y la caridad, con las que nos unimos con él, descansemos ya con él en los cielos?
Mientras él está allí, sigue estando con nosotros; y nosotros, mientras estamos aquí, podemos estar ya con él allí. Él está con nosotros por su divinidad, su poder y su amor; nosotros, en cambio, aunque no podemos llevarlo a cabo como él por la divinidad, sí podemos por el amor hacia él. No se alejó del cielo cuando descendió hasta nosotros; ni de nosotros cuando regresó a él... Que él permanecería con nosotros, incluso cuando estaría allá arriba, lo prometió ya antes de la Ascensión cuando dijo: «Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
Nuestra Señora de Fátima
LA VIRGEN de FÁTIMA en Portugal Cerca de Fátima se encuentra la aldea de Aljustrel, en donde nacieron los tres niños Lucía, Francisco y Jacinta los dos últimos eran hermanos y primos de la primera. Lucía era la menor de cinco hermanos y fue bautizada el 22 de marzo de 1907. Era la mayor de los tres videntes de la Virgen de Fátima y la que más directamente trató con la Virgen María. Abrazó la vida de religiosa carmelita contemplativa. Ha vivido en Coimbra. Francisco y Jacinta eran hermanos e hijos de Antonio do Santos y de Olimpia de Jesús. Francisco nació el 11 de junio de 1908 y Jacinta el 10 de marzo de 1910. Su trabajo consistía, especialmente, en cuidar unas ovejillas. Normalmente él veía a la Virgen pero no le hablaba ni la oía.
El 4 de abril de 1919, a los dos años de las celestes apariciones, volaba al cielo... Jacinta también era muy fina y agraciada. Desde muy pequeñita fue muy piadosa y sufría cuando le contaban los padecimientos de Jesús en su Pasión. Ella veía y oía pero normalmente no hablaba a la Virgen. El 20 de febrero de 1920, a sus diez añitos, volaba al cielo. A los tres el 13 de mayo de 1917, en medio de una tormenta y mientras cuidaban el rebaño, después de haber rezado el Santo Rosario, se les apareció la Virgen María vestida de blanco y les pidió que volvieran seis veces más y que el mes de octubre les revelaría quién era y lo que quería. Les anunció que tendrían que sufrir mucho, pero que no se desalentaran que Ella les ayudaría.
Les pidió que rezaran muchos rosarios. Las apariciones se repitieron el 13 de cada mes. En todas ellas sucedía algo parecido: mientras rezaban el Santo Rosario, acompañados cada día de más seguidores que palpaban lo sobrenatural, se les aparecía aquella joven, resplandeciente de luz, vestida de blanco, con el rosario entre las manos y les invitaba a rezar con ella. Después les comunicaba algunas cosas que han llegado hasta nosotros donde se manifiesta el deseo ardiente de la Virgen de que seamos almas de oración y que procuremos hacer sacrificios para unirlos a la Pasión de su Hijo.
Oremos
Señor Dios, que nos diste a la Madre de tu Hijo como Madre nuestra, concédenos que perseveremos en la oración por la salvación del mundo y procuremos promover pacientemente el Reino de Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
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